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El ruido es infernal. Entre los camiones que salen por San Vicente, los «follow me, please, let's gather here, be careful» de los guías de los cruceros y, sobre todo, el taladro neumático que agujerea el suelo, en la plaza de la Reina hay de todo menos calma. Es viernes por la mañana y vecinos y comerciantes del centro de la ciudad ya no están ni enfadados. «Es todos los días así», se encoge de hombros la camarera de un bar situado en la misma plaza. Empiezan a ver al final del túnel, un túnel que ha durado más de un año, pero mientras tanto, confiesan sentirse hartos de las molestias derivadas de las obras, que encaran su recta final.
Si todo sale bien, como dijo el alcalde de Valencia, Joan Ribó, este mismo jueves, la plaza se abrirá al público a finales de julio. Los trabajos avanzan a buen ritmo, sobre todo si se compara con la lentitud de meses atrás. Nadie esperaba una obra fácil, pero es que el estado del aparcamiento sorprendió hasta a la concejalía de Movilidad, como reconoció su delegado, Giuseppe Grezzi, en la misma visita del jueves. Además, las catas arqueológicas encontraron más restos de la cuenta, pero se limitaron, como se hace en muchas ocasiones, a cubrirlos con una protección especial para poder realizar nuevas catas en el futuro.
Superados esos escollos, las miradas de los trabajadores de la plaza comienzan a animarse, espoleados, evidentemente, por el turismo, que ya ha vuelto, casi en masa, a Valencia. En un paseo este viernes por el entorno de la plaza, las terrazas están repletas de gente, y los camareros de los distintos establecimientos apenas tienen tiempo para atender al periodista. «Vuelve esta tarde, estamos a tope» es la declaración más repetida. «Vuelve esta tarde, mi jefe querrá hablar porque está que trina», dicen en un bar situado al norte de la plaza.
Esa sensación, con todo, es mayoritaria. Quizá no cabreo, pero sí cierta resignación cristiana, para hacer honor al entorno. «Creo que va a quedar muy bien, pero ha sido muy duro», comenta Virginia Donar, trabajadora de una administración de lotería. Es en este punto donde plantean el primer problema al que se enfrentan los negocios: «La gente no se puede acercar al centro».
Emilio Causaras, la botiga de la seu
«Lo llevamos con resignación, ha generado mucho trastorno porque levanta mucho polvo», comenta Emilio Causaras, de La Botiga de la Seu. «Estos meses atrás apenas venían turistas por las obras, pero es que además los pocos que venían pasaban a toda velocidad», asegura Causaras, que indica que no sabe cómo quedará la plaza «porque por ahora hay mucho cemento». Cuando se le recuerda que van a plantar 60 árboles más, según datos oficiales del Consistorio, se encoge de hombros: «No sé dónde los pondrán».
marga piqueras, guantes piqueras
Al otro lado de la plaza, una de las históricas, Marga Piqueras, de la tienda de guantes homónima, atiende a unos turistas que compran un par de guantes. «¿Quieren bolsa?», pregunta. «No, tenemos el bolso», dicen ellos. La una en castellano, un poco gritado, y los otros en un inglés casi perfecto, como el que hablan los alemanes, pero se entienden. Cuando se van, Piqueras reconoce que han pasado meses «con ganas de llorar». «Estamos muy hartos del polvo», comenta.
«Está cortada la calle de la Paz y venir desde San Vicente es la muerte porque tienes que dar mucha vuelta», lamenta Piqueras, que reconoce que después de la pandemia, los datos habían comenzado a mejorar a nivel económico: «Cuando empezamos a poder abrir, éramos muy pocos porque la hostelería no podía. Mucha gente nos dice que no venía porque pensaban que estábamos cerrados». Piqueras admite que esta semana casi hace una fiesta cuando encendieron las nuevas farolas, porque han pasado mucho tiempo sin luz en la calle, lo que le daba «un poco de miedo» en los meses de invierno.
julia gómez, librerías paulinas
«La gente no nos encuentra y se queja de que no pueden llegar con facilidad», explica, con voz suave, la hermana Julia Gómez, de la librería religiosa Paulinas. «Las ventas se han resentido. Habían subido un poco pero la gente ya no viene porque han quitado los autobuses», asegura Gómez, que apunta que los turistas únicamente entran a la librería para ver el artesonado del techo del histórico local. «Tenemos muchas ganas de que todo termine cuanto antes», comenta la hermana.
osvaldo rosaval, hotel el siglo
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El recorrido termina al sur de la plaza, en el Hotel El Siglo, ya al lado de Santa Catalina. Está un poco apartado de la plaza, así que la situación será mejor, cabría pensar. «Hemos tenido mucho ruido, mucho polvo y muchos camiones. La gente se queja mucho», dice Orlando Rosaval. «No sabemos cómo quedará, está demasiado cerrado. Sólo vemos camiones entrando y saliendo», dice, antes de salir disparado a atender una terraza que comienza a llenarse al filo de las 13 horas.
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