Nostalgia cuando el ir y venir por las calles de Valencia obliga a indicar a quienes acompañan nuestros pasos que aquí estuvo tal tienda. Y allá la otra. A preguntarse en los paseos con hermanos: ¿te acuerdas cuando veníamos aquí con la mamá? O ... a dirigirse a los hijos para recordarles que en esa esquina estuvo la tienda donde compramos el traje de tu Primera Comunión, icluso mirar a la pareja al recordar la plaza donde nos vendieron el traje de novios. Miradas que reflejan una realidad, que retratan un cambio que casi a diario viene a confirmarse. El comercio tradicional se va, las centenarias tiendas inscritas en el imaginario colectivo de Valencia con el título de las de 'toda la vida' desaparecen en un proceso que borra la personalidad propia de las calles de la capital. La sociedad cambia: no comemos como comíamos, ni vestimos como vestíamos. Trabajamos todos, vivimos muy deprisa... Y, claro, no compramos lo mismo ni de la misma manera que comprábamos.
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Sólo en los últimos ocho años, desde 2015, una veintena de estos comercios han bajado la persiana describiendo un paisaje en el que se adivina el conocido acrónimo SOS. Gerpiel, Guantes Camps, Paños Mallent, Lanas La Estambrera, López Criado, Hija de Blas Luna, Joyería Giménez, Horno de San Nicolás, Confecciones La Purísima, Armería Pablo Navarro, Brocal, Abanicos Nela, Regalos Momparler, Mas Masiá, Papelería Regolf, Farmacia Rubio, Chocolates Santa Catalina, Ferramo & Cotino, Joyería Zarco y Relojería Filiberto León han cerrado en ese periodo de tiempo. Y junto a ellas, Guantes Piqueras y Jojería Mora Carbonell se encuentran en periodo de liquidación para proceder a un cierre anunciado. En 2015 el Ayuntamiento de Valencia publicó el libro 'Comercios Emblemáticos'. Hojearlo ahora descubre que el constante goteo de cierres ha llenado de vacíos. Catorce de los 45 comercios inmortalizados en la publicación ya no están. Pero, además, tiendas que no estaban en esas páginas hoy ya son ausencias que elevan el total a la veintena apuntada.
Hasta aquí romanticismo. Cada nombre, cada local invita a miradas que despiertan emociones. Sin duda, importantes; encierran el alma de una sociedad. Pero el movimiento que se observa en torno a ellas muestra otra vertiente. El pequeño comercio, en el que se inscribe la actividad de los establecimientos tradicionales, pesa en la economía de la ciudad. Es uno de sus motores. Las tiendas, por pequeñas que parezcan, crean empleo, que es lo mismo que decir que generan riqueza. Señala la Asociación de Comerciantes del Centro Histórico que, conforme a sus últimos datos, los puestos de trabajo que nacen detrás de los mostradores «superarán los dos millares, se acercan a los tres mil».
Detrás de los escaparates de las tiendas que llevan en sus genes el adjetivo de históricas, tradicionales o emblemáticas se guarda otro activo, el atractivo que ofrecen para uno de los mayores motores económicos: «El turismo no es negativo, todo lo contrario, nos beneficia», apuntan desde la asociación. De ahí la inquietud que genera la desaparición de establecimientos de esos cuyas instalaciones están repletas de evocaciones o ponen en contacto con productos diferentes, con un género que no se puede encontrar en otro sitio y que «el hecho de que desaparezcan lleva a que la ciudad pierda encanto». La fuente consultada explica que algunos de sus asociados –cifra que ha ido en aumento– les confirman que «entre un veinte o treinta por cien de las ventas llegan de turistas».
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¿Qué sucede entonces? ¿Qué hay detrás de la sangría comercial? Los testimonios que LAS PROVINCIAS ha recabado de los propietarios de estas casas comerciales que se han ido despidiendo a lo largo de estos años ofrecen pistas que ayudan a dibujar un retrato robot: llegó el día de la jubilación de los propietarios. O fueron víctimas de la asfixia económica en medio de crisis y de obligaciones a cumplir por parte del pequeño comercio. O tal vez los bienes que interesaban de las tiendas de toda la vida cayeron de la lista de la compra en una sociedad instalada en la era del 'low cost', en una cultura que ya no mira la prenda o el utensilio para toda la vida.
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Hace sólo unos días se anunciaba que la tienda con más solera de la plaza de la Reina y una de las más antiguas de la ciudad (1886), Guantes Piqueras, había iniciado la liquidación hasta final de año, para un cierre anunciado. ¿La razón? Margarita Piqueras, propietaria del negocio, apuntó el cierre de fábricas tras la pandemia como circunstancia que ha complicado encontrar productos de calidad., y también el precio de los alquileres.
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Un día después se sumaba a la lista otra de las de siempre: Guantes Camps. Su propietaria Rosario Vidal Camps, bisnieta del fundador se jubila. Apuntaba que en el fin de estos negocios pesa un cambio en las formas que ya no gozan «del gusto» de otros tiempos, mandan los precios y «al pequeño comercio no se le trata muy bien». Hace unos meses ante el cambio de local, de Caballeros a Ruzafa, desde Pasamanería Las Tres Avemarías, apuntaban las dificultades para servir pedidos en tanto que hasta su antigua localización no llegan los vehículos: «Tenemos que sacarlos a las torres».
Desde la asociación al mismo tiempo que hablan de la aportación que añade el turismo, puntualizan que una de las dificultades es afrontar el éxodo de los consumidores a los centros comerciales. Estos espacios han traído consigo que «los habitantes del área metropolitana ya no vengan de compras a la ciudad». Y aún más, «los de la ciudad también van a esos centros porque hay aparcamiento».
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Llegados a este punto salta a la conversación el orden de los factores que ayudan a describir la situación. Abre paso la falta derelevo generacional, siguen el parking y la peatonalización que facilite el paso por delante de los escaparates. Habla la asociación de «una peatonalización trabajada y planificada, que abra pasillos». El planteamiento pasa por contar con una red de «transporte público más ágil». Todo combinado con la disponibilidad de aparcamiento, algo que choca con el precio que hay que pagar.
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Las circunstancias que refieren desde la Asociación de Comerciantes hablan del centro histórico de la ciudad, la zona más afectada por los cierres. Aunque también el Ensanche sufre el mal. Y no hay actividad que venza a la corriente que a tantos ha arrastrado sin que hasta el momento se haya obtenido una fórmula infalible que permita detenerla. La nómina de comercios que han bajado la persiana en estos ocho años de que hablamos, y otros que lo hicieron justo unos años antes, descubre un catálogo variado: guantes, pan, objetos de ferretería, joyas, género de plástico, lanas, abanicos, productos de papelería... Una variedad que sitúa al público ante el que puede verse como un centro comercial en la calle.
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¿Qué pasa? ¿No hay ayudas suficientes? La respuesta, una vez más, llega desde la Asociación de Comerciantes del Centro Histórico. «Las hay». Citan como ejemplo las que conceden hasta una aportación importante «para reformas de locales». Es una ayuda de la Generalitat. El Ayuntamiento aporta campañas de promoción para invitar al público a acercarse a estas casas. Desde la asociación reconocen el apoyo, pero advierten de que podría aumentar. Entre sus propuestas no todas son ayudas económicas directas.
Una sugerencia que lanzan para defender este escenario donde brilla el rótulo SOS citan la actualización de los programas de los ciclos formativos a las exigencias actuales del pequeño comercio para que no sólo se planteen grandes modelos empresariales. Entre los nuevos miembros de la asociación se descubren rostros «en torno a los treinta años». Son descendientes de propietarios de negocios dispuestos a continuar y que «ya tienen formación», también universitaria. Esta observación encierra otra clave sobre el carácter del comercio, de la esencia empresarial que llena de contenido el adjetivo pequeño.
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La suma de muchos ofrece ese saldo de empleos que menciona la asociación al mismo tiempo que señala que no sólo se puede mirar los que cierran, algunos abren o se reinventan, y «observamos que hay un regreso al centro». Tradicional, tiendas de toda la vida, emblemático o pequeño comercio, parte de la ciudad. Crea riqueza. También alimenta emociones, vivencias que conceden alma a las calles. Nos describen, cuentan cómo vivimos y con ello cómo somos.
Hay espacios que en contra de la tendencia abren, cambian de localizació para seguir adelante o incluso amplñian negocio. Un ejemplo ha llegado esta semana con la apertura de una nueva tienda de la centenaria sombrerería Albero en un espacio emblemático de la ciudad, La Estrecha de la plaza Lope de Vega. Es una firma que resiste como lo hace Las Tres Avemarías, que si bien ha cerrado en el centro ha abierto en Ruzafa, junto a San Valero.
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