Bolsa de plástico blanco con el rótulo de la tienda en negro acompañado de bandas verdes. En la misma, la indicación de un número de ... teléfono fijo, de los concebidos cuando la combinación de guarismos se daba a conocer libre del prefijo que aterrizó en el universo de las telecomunicaciones cuando se advirtió a los clientes de la entonces única compañía de teléfonos que para llamar habría que marcar 'el 96 delante'. Fue el último envoltorio de una tienda con domicilio en el corazón de Valencia.
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En la calle Ruzafa, a orillas de su mercado, en el que fue el número 37 para después convertirse en el 33 de tan esencial vía de la capital del Turia. Vendían telas y ropa de hogar bajo el personalísimo título de Tejidos Carrión, establecimiento que durante décadas desplegó y cortó metros y metros de tela sobre la que los valencianos tejieron trajes y vestidos cuando las familias aún compartían las tardes con la máquina de coser y en el territorio de la confección a medida, el delicado hacer de los talleres de modistas concedía el valor de la artesanía, y por qué no del arte, a la necesidad de vestir.
«Muchas modistas» de la ciudad y numerosos clientes de los pueblos acudían a aquel comercio en busca del mejor paño, el mismo que un día vendió al personal de un barco chino y al siguiente al de una embarcación rusa. Hasta allí se acerca LAS PROVINCIAS en compañía de su dueño, José Luis Carrión, emprendedor que en 1964 tomó la vara de medir que en 1944 estrenó su padre. José Luis estuvo al frente del establecimiento hasta 2004 contribuyendo a construir la historia de la ciudad a la que, además del relato de la calle Ruzafa, aportó el de la segunda Tejidos Carrión «en el número dos de la calle Benlloch». Para bordar la trayectoria contó con su esposa, Pilar Rojo, «que se encargaba de la contabilidad. Ella era la jefa».
Tejidos Carrión fue una de aquellas tiendas, de las que hoy van quedando pocas, de largo y entrañable mostrador de madera y «una escalera muy bonita, también de madera con cuatro peldaños» de la que se servían para alcanzar lo más alto de las estanterías cercanas al techo con trazado «de carpintería muy buena de color marrón, que en lugar de acabar en ángulo lo hacían en media circunferencia», recuerda José Luis con 82 años y envidiable capacidad para relatar. Sobre los estantes reposaban las piezas que ofrecían al público el atractivo paisaje de telas de las más variadas calidades y los colores más diversos, sin olvidar la oferta «para lutos y medios lutos», aún en uso en buena parte de la vida de Tejidos Carrión.
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El escenario de ventas un día «lo cambiamos por una decoración más moderna», puntualiza José Luis. Sobre uno y otro mostrador, en Tejidos Carrión se cortaron -«recto»- con la admirable destreza de los comerciantes del sector, «género de toda clase para vestidos de señora y trajes de caballero, aunque esto menos porque los sastres también tenían cortes».
Crespones, moares, seda natural, rayón, viscosa, algodón, lino, viella... Y un día, allá por los sesenta del pasado siglo, conforme a la apreciación de José Luis, hubo novedades. Llegaron los acrílicos, «el primero que vino fue Leacril», apunta. Lo hizo también la terlenka. Las telas acusaban los grandes cambios que por aquellos años empezaban a sacudir a la sociedad española y con ella a la ciudad.
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Cada tela contaba con su afición. La clientela tras decidir el pedido disfrutaba viendo a José Luis desplegando «al aire» para despiezar «cuatro metros para traje de chaqueta de señora o un abrigo. Para falda, metro y medio». Todo medido con vara de 50 centímetros, «era más cómoda y rápida que la de metro», además y el apoyo del tradicional 'palmo' que, por extraño que parezca, «no mide lo mismo en todas partes. En Valencia son 25 centímetros, pero en Murcia o Vizcaya, son 20. No sé por qué», aclara el dueño de Tejidos Carrión.
En la nómina de clientes estaban inscritas «muchas» profesionales de la aguja que o bien mandaban a «sus aprendizas a comprar las telas que deseaban para sus encargos o eran las clientas las que venían a escoger los cortes que deseaban. Las modistas tenían un descuento», apunta José Luis. Los lunes era la jornada reina para Tejidos Carrión. Tal era la afluencia de público que para el dueño de la tienda inaugurar la semana implicaba renunciar al habitual 'esmorzar' en el cercano bar 'La Victoria'. «Era el día que desde los pueblos acudía mucha gente al Mercado de Ruzafa y aprovechaban para pasar por la tienda».
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El Saler, El Palmar, Sedaví, Pinedo, Castellar, El Perelló, El Perellonet, Picassent y por supuesto Valencia se vestían en Ruzafa 37, luego 33. Nada que sorprendiera al comerciante hasta que un día «ya a última hora atendí a un hombre de origen chino que se llevó siete u ocho piezas enteras de punto. Era el cocinero de un barco». La sorpresa fue mayor cuando al día siguiente llegó un tripulante de una embarcación rusa que se llevó «ocho o diez piezas también de punto». En el puerto se había corrido la voz.
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Entre tejidos y en compañía de tan diversos clientes, llegados los años ochenta del pasado siglo José Luis empezó a notar que cada vez eran menos las aprendizas de modista que se acercaban al mostrador. La sociedad empezaba a no coser, la mujer estaba incorporada al mercado laboral y los grandes almacenes consolidados en la capital del Turia. El dueño de Tejidos Carrión, emprendedor que confiesa haber «disfrutado mucho» trabajando, y que dijo no a un puesto en una gran superficie, decidió reinventarse pasando al mundo de las cortinas y la decoración. Y llegó a 2004 para jubilarse legando a la crónica comercial de la ciudad la huella de una tienda de las que cada vez van quedando menos. Otros tiempos. Una Valencia distinta.
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