
La oveja-perro tiene una nueva familia en Arcadia
HISTORIAS VALENCIANAS ·
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Bea y Pablo dejaron atrás la rutina para crear un santuario de animales en el Mas de Madalena de Lucena del Cid, un proyecto de vidaPablo y Bea se echaron al monte en diciembre de 2004 y diecisiete años después todavía no han vuelto. Ni parece que lo vayan a hacer. Lo que comenzó como un cambio de rutina se ha convertido en un proyecto de vida. El hartazgo dio paso a otro horizonte. Dejaron atrás su trabajo de periodistas, su adosado en Benicàssim, su pan de cada día y empezaron a gestionar un alojamiento rural, crearon Arcadia y terminaron por comprarse una montaña.
La última en llegar ha sido Yoli, una oveja que se cree un perro o un perro con cuerpo de oveja. Misterios de la reencarnación. Con Yoli, el orden de los factores no altera el producto. «Cuando llegó brillaba, era reluciente. Nunca en mi vida había visto una oveja tan blanca. Era como la del anuncio de Norit», cuenta Pablo, que embelesa al hablar, como si contara un cuento de buenas noches.
Yoli era la mascota de una señora mayor. En un piso, con funciones de perro. Nadie ya puede discutir que una oveja no puede hacer compañía. Pero la dueña envejeció y hubo que buscarle un nuevo hogar a Yoli. Así aterrizó en Arcadia, ese lugar en el que los animales encuentran el abrigo del que ya no disfrutan.
Pablo y Bea llegaron a Lucena del Cid, un pueblo del interior de la provincia de Castellón, un 28 de diciembre de 2004. La inocentada sirvió para llevar la gestión del alojamiento rural Mas de Madalena, que ofrece varias casitas para disfrutar y buscar esa bolsa de oxígeno que es necesaria en el camino de la vida. Un viaje por la costa atlántica de Francia, donde el móvil no dejó de sonar, lo cambió todo.
«Llegamos con dos maletas y el perro. Yo no quería más animales pero un día, al llegar estaba Bea con una cabrita en sus brazos. Le pusimos Arcadia, porque el pastor que la tenía se llamaba Arcadio, y ahí empezó todo», explica Pablo. Detrás de unos ojos azules como la orilla del mar, a Bea se le amontonan las palabras para explicar su proyecto de vida. Lo cuenta a borbotones, como maniobra de contagio de aquellos que pisan la zona cargados de escepticismo. Lleva casi diecisiete años sin salir de esa montaña. Pablo aporta la pausa, la relajación en cada argumento de peso. Es el mismo mensaje en dos temperamentos diferentes.
Después de la cabra Arcadia llegaron muchos huéspedes. Animales que parecía que no iban a merecer segundas oportunidades. Perros abandonados, caballos maltratados, ovejas con mascarilla como Martina, gatos e incluso la cerda Rumba, que vive más dormida que despierta. Una familia numerosa de animales y humanos.
«Aquí acogemos a todos aquellos animales que han sido maltratados, que han sufrido o se han quedado sin dueño. Lo que no aceptamos son caprichos, caballos por ejemplo de alguien que se lo compró y ya se ha cansado de él. Arcadia es un lugar para sanar a aquellos que han sufrido», sigue Pablo. Y esos perros, por ejemplo, han servido luego para ayudar a mucha gente: «Visitábamos a personas mayores en residencias y eso les daba la vida».
La pandemia tampoco ha sido fácil en Arcadia. El Mas de Madalena paró en seco por el Covid, y los ingresos menguaron. La solidaridad siempre funciona como un ángel de la guarda en estos casos. Arcadia tiene una cuenta abierta en la plataforma teaming para ayudar a partir de un euro al mes a costear la comida de los animales. «Cada tres meses gasto casi 600 euros sólo en el forraje para los caballos y las ovejas», explica Pablo. También se pueden hacer donaciones -consultar en la web asociacionarcadia.es-, apadrinar un animal por diez euros al mes y participar como voluntario -Arcadia está inscrita en wwoof.es-. «Ha venido gente desde Nueva Zelanda y Suazilandia a estar con nosotros y colaborar en el trabajo del día a día», afirman.
Pablo y Bea emprenden andando el camino a casa, que está a un paseo del Mas de Madalena. Bea lleva arropado a Súper Abuelo, un perro anciano que sólo asoma la cabeza con media lengua fuera. En el trayecto saludan algunos de los amigos de Arcadia, que han ido a pasar unos días a ese paraíso con forma de montaña. No hay prisa porque en Arcadia da igual que sea lunes que domingo. Pablo lleva un reloj que siempre marca cero, porque allí las horas, si es que existen, las pasa el sol. La familia pone rumbo al hogar por un camino de tierra. Los humanos, los perros y la oveja Yoli, que busca cada minuto el calor humano porque se siente como en casa. En un lugar de la montaña viven, en una casa singular, donde se puede dormir a cubierto o con un techado de estrellas.
Mas de Madalena no se puede ya entender sin Arcadia y viceversa. Pablo y Bea se despiden porque tienen faena, un proyecto de vida, único y especial. Ellos y los animales. Y Pablo, antes de irse, recuerda: «No es más rico el que más tiene, sino el que menos necesita».
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Patricia Cabezuelo | Valencia
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