Reencuentro. Carlos y Ainhoa, en un parque. IRENE MARSILLA

«Me salvó»

Médico y paciente ·

De héroe a héroe. Ainhoa es intensivista en el Clínico. Carlos, un enfermo al que atendió durante semanas. Ambos reviven la batalla que libraron contra el virus

Daniel Guindo

Valencia

Lunes, 28 de diciembre 2020, 00:08

«¿Sabes cuánto tiempo llevas aquí?», le preguntaron a Carlos cuando empezaba a recuperar la conciencia en la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI) del Hospital Clínico de Valencia. «Un par de días», contestó a una persona enfundada en un mono blanco y a la que apenas veía los ojos a través de unas gafas de protección. «No, llevas 20». Desorientado, el paciente preguntó por su mujer. «No te preocupes, hablamos todos los días con ella», le tranquilizaron. Y unas horas después pudo verla a través de una videollamada. La historia de Carlos arranca el 16 de marzo con unas décimas de fiebre y una semana a base de ibuprofeno y paracetamol. Su estado de salud empeoraba y una ambulancia tuvo que trasladarlo hasta el centro sanitario. Tres días después de ser ingresado en Neumología fue derivado a la UCI. «Y fundido a negro», recuerda.

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«En el momento en el que lo dormimos nos estábamos enfrentando a algo desconocido y acoplando protocolos y medicación», señala Ainhoa, la médico intensivista que, junto al resto del equipo, lo trató. «Me salvó la vida», apostilla Carlos, uno de los cientos de valencianos que se han enfrentado a la muerte por culpa del Covid-19.

«Me da fuerzas ver a la gente que se recupera y que sirve de algo lo que haces»

AINHOA | INTENSIVISTA EN EL CLÍNICO

«No se me olvidará en la vida su atención, le debo un abrazo»

CARLOS | PACIENTE DE COVID-19

Y eso, precisamente, es la fuente de la que bebe el personal sanitario para combatir al virus. «Lo que me hace seguir al pie del cañón cada día, lo único que me da fuerzas, es ver a la gente que se recupera, ver que sirve de algo lo que estás haciendo y haber sabido transmitir el cariño para que no se sientan solos, el regalo para seguir día a día con el trabajo que adoras», describe Ainhoa mientras la emoción empieza a hacerse visible en sus ojos. Esa implicación se nota, y de qué forma, en los pacientes. «Yo tengo muchísimo agradecimiento, por la cercanía, el cariño, la humanidad... Me alegraban el día cuando venían a verme. A Ainhoa le debo un abrazo muy fuerte, cuando pase todo esto se lo daré. Me plantaré un día en la UCI para verlos a todos. No se me olvidará en la vida el trato que me dieron», asegura Carlos, esbozando una sonrisa que se intuye por debajo de la mascarilla. «Siento que me han cuidado muchísimo, notaba el cariño con el que te atendían. Hacían que te sintieras digno», subraya.

Recuerda que a través de un conocido consiguió el email de la doctora y le remitió una carta. «Era súper bonita», precisa Ainhoa, «y la colgamos en el servicio». «También nos mandó fotos y nos decía que le encantaría poder reconocernos para darnos las gracias. Y un día vinieron a verme a la puerta del hospital. Nos pusimos media cara -bromea- porque siempre llevamos la mascarilla».

Pero no todos los momentos fueron tan buenos. Cuando Carlos entró en la UCI fue sedado, intubado y conectado a ventilación. «Estuvo una semana estancado, se despertaba con delirios y vimos que lo que más efecto le hacia era ponerlo boca abajo, con la maniobra de Prono, para facilitar la respiración porque el virus convierte los pulmones en piedras y no oxigenan la sangre. Mejoró y recuerdo quitarle el tubo y quedarme dos horas con él en la habitación. Pero lo volví a dormir y a intubar. Seguía con los delirios, no podía mantener una conversación y se quería tirar de la cama y arrancarse las vías. Lo tuvimos que atar», reconoce.

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De ese tiempo Carlos sólo recuerda «sueños extraños» y que «todos los días me preguntaban cómo me llamaba y dónde estaba». De esos momentos en los que se entremezcla imaginación y realidad Carlos tiene algunos destellos de lucidez. «Miraba a través del cristal y veía a unas enfermeras bailando, era como una coreografía, pero no escuchaba música. Me preguntaba si era un sueño, pero un mes después vi un vídeo con el baile», agrega.

Y venció al virus. Pasó a planta y, al poco tiempo, a casa, a guardar una nueva cuarentena de catorce días. «Salí sin la PCR y ninguna prueba -en aquel momento había una importante carencia de dispositivos-. Me ofrecieron irme a un hotel pero no quise. En casa por lo menos veía las caras de mi mujer y mis hijos desde la puerta y los oía. Comía y cenaba solo y por las mañanas, cuando todos dormían, salía un poco al comedor. Luego me duchaba y lo limpiaba todo con lejía», detalla.

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