El restaurante Alhacena cumple este año su 30 aniversario, una oportunidad para echar la vista atrás y conocer una historia que en realidad comienza varias décadas antes, en la sierra de Segura, en el corazón de la provincia de Jaén, en un cortijo al que ... sólo se podía llegar a lomos de mulo, donde tres hermanos, Antonio, Julián y Fernando Alguacil, malvivían con el mísero salario de su padre, pastor de profesión. «A los ocho años todavía no había ido al colegio», cuenta Antonio, el mayor, con un café de por medio en la terraza de un local, Alhacena, que es parte del patrimonio de El Puig. A escasos metros se ubica impasible el monasterio, y este restaurante se convirtió desde sus inicios en una parada obligatoria para llenar el estómago tras la visita. Antonio habla tranquilo, con cierta nostalgia cuando echa la vista atrás a una vida dedicada a trabajar sin descanso, y donde el éxito consistió en que los tres hermanos montaran un negocio juntos.
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Pero volvamos de nuevo atrás. La familia Alguacil recaló en Tàrrega, provincia de Lleida, donde el padre siguió con el oficio de pastor y los hijos fueron llegando a una profesión, la hostelería, a la que nunca han abandonado. «Con trece años ya me puse a trabajar» porque había que ayudar en la maltrecha economía familiar. Volvieron a trasladarse, esta vez a Valencia. «Empecé en un bar de 'llauros' pero nunca encajé sirviendo esmorzarets. Me volvía loco, no entendía nada, con esa forma tan directa que tienen de hablar», cuenta Antonio. El propio dueño le decía que él no estaba para trabajar allí, sino «en un sitio de más categoría».
Y el lugar de postín donde recaló fue el Casino Monte Picayo. Todavía hoy Antonio Alguacil sigue trabajando en un casino, más de cuarenta años después de que inauguraran aquel local mítico por donde desfilaban las pieles y las joyas, se perdían millones en la ruleta y había que dejarse ver para ser alguien en Valencia. Con los años, junto con el resto del personal le reubicaron en el nuevo casino de las Cortes Valencianas como responsable de sala y sumiller.
Su historia se va entremezclando con la de sus hermanos. Al pequeño, Fernando, siempre le gustó cocinar y comenzó en la pizzería Toni de La Pobla de Farnals, el mediano llegó a formar parte del personal del Asador Orio, en Artes Gráficas. «Teníamos inquietudes y decidimos abrir algo por nuestra cuenta». La primera Alhacena era una pizzería en la plaza Xúquer. «Funcionaba muy bien, había colas para entrar, eran otros tiempos». Y como las ganas de emprender no acabaron con este local decidieron inaugurar en el 92 el restaurante Alhacena de El Puig. Y sí, era una pizzería en sus inicios, donde fueron incorporando producto y arroces. Fernando fue muy autodidacta, pero también se preocupó en formarse. Y en El Puig se mereció la fama de clavar arroces en punto y sabor, en seleccionar el mejor producto y en dar un servicio de diez. Julián se quedó en la sala y Antonio, que se formó como sumiller, se encargaba, en los ratos libres que le dejaba el casino, de la bodega del restaurante que montaron los tres hermanos. «Llegué a pedir una excedencia de dos años para echar una mano en los inicios», explica Antonio, que cuenta que siempre le gustó aprender y llegó a ganar concursos internacionales de coctelería.
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Todavía hoy, treinta años después, mantienen el cliente fiel, la pasión por el producto y el punto de los arroces, aunque ya no esté Fernando al frente de las cocinas debido a que una enfermedad le ha obligado a retirarse. En su lugar está Ahmed, que aprendió de la mano de Fernando y ha seguido su estela con una cocina clásica y cuidada. De los tres hermanos queda en el local Julián, al que la pandemia ha pasado factura, económica y emocional. «Este es un negocio para currar, currar y currar. Nosotros somos empleados de hostelería metidos a empresarios, que ya estamos de salida». Su preocupación, que no hay una generación que les siga.
Le pedimos a Antonio que nos proponga unos platos: «yo empezaría con algún entrante del día, unas almejas con alcachofas que ahora son temporada, por ejemplo, y algo de la lonja, como pescadito frito. Para seguir, un arroz meloso de caza y setas». Bingo.
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