Esther Parras, en el parque de Viveros. damián torres
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«Seguimos tocando a los pacientes, nada ha cambiado»

Esther Parras, personal no sanitario | La celadora ve cada día el miedo reflejado en compañeros por el ejercicio de una profesión que se consideró de bajo riesgo

M. J. CARCHANO

valencia.

Martes, 15 de diciembre 2020, 00:00

Cuando Esther Parras era pequeña y se hacía un corte iba todo el día con el vestido levantado para que no le rozara con la herida. Su madre, celadora como ella, todavía no puede creer que Esther se haya enamorado de una profesión bonita y a la vez dura. «Somos los primeros en recibir y los últimos en despedir», dice esta celadora, que durante la pandemia ha batallado junto a sus compañeros para dignificar la profesión y conseguir unas buenas condiciones.

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-¿Cómo recuerda el pasado mes de marzo?

-Horrible. Se nos vino todo encima de repente, no sabíamos qué hacer, cómo ni dónde. Fue una situación desastrosa que nunca nos había ocurrido y no sabíamos cómo afrontar. Íbamos a salto de mata, intentando protegernos lo máximo posible porque, además, a los celadores nos decían para nosotros sólo mascarilla quirúrgica, guantes y bata desechable.

-¿Ha visto miedo?

-Desde marzo hasta mayo he visto mucho miedo en los pacientes, incluso aquellos que llegaban por otras patologías cuando ya estaban muy malitos. También compañeros que tienen un marido, o un hijo, que es de riesgo. Imagine cuando vemos a gente llegar a urgencias por cualquier cosa... Y lo de los centros de salud no tiene nombre.

-¿Por qué?

-Mi madre es celadora en un ambulatorio y la han puesto de policía en la puerta. Está harta. ¿En los centros de salud los médicos no atienden a nadie físicamente y en los hospitales sí? Les insultan, les increpan... la gente tiene que tirar contra alguien. Y muchas veces ocurre porque no ven lo que hay dentro. El otro día teníamos seis camas en el pasillo.

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-¿Cree que es importante denunciar las situaciones que están mal?

-Claro que sí, y tengo que decir que yo me siento muy satisfecha de lo que hago. Más allá de mis quejas, de que reniego, creo que es importante dignificar un trabajo en el que solo por estar en contacto con la gente y ayudarles ya vale la pena.

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-Desde fuera parece que el trabajo de celador es el último escalón. ¿Tiene esa visión?

-Y tanto. Somos personal no sanitario y, además, sólo se pide para esta profesión el certificado de escolaridad, así que celador puede ser cualquiera. Mi trabajo me gusta pero tengo compañeros que se van a jubilar sin pena ni gloria, que se ciñen a lo justo. Con lo bonito que es trabajar todos en equipo. Es cierto que hay veces que te incluyen y otras que no, que somos recaderos.

-¿Qué ha cambiado para su profesión con la pandemia?

-Nosotros seguimos teniendo contacto físico, aunque dijeron que los celadores éramos personas de bajo riesgo, yo sigo sacando a gente del coche cuando llega a urgencias, los traslado de la camilla a la cama, los levanto de la cama al sillón, de la camilla a la mesa de rayos o de quirófano. Cuando a un paciente le están pinchando la epidural, lo tengo abrazado. En la UCI, los pacientes ventilados de Covid tienen que estar bien posicionados. Y los tocamos. En mi trabajo no ha cambiado nada.

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-¿Cómo lo ha vivido a nivel personal?

-Desde marzo hasta junio no vi ni a mis padres ni a mi hermano. Solos estábamos mi pareja y yo. Para mí ha sido una suerte estar cerca de mis compañeros, poder compartir nuestras penas, lo que nos pasaba. Yo en casa, aunque parecía una situación envidiable, me hubiera vuelto loca.

-La gente que trabaja en hospitales convive con el sufrimiento, con la muerte. ¿Usted como lo lleva?

-Cuando fallece gente mayor pienso que es ley de vida, pero cuando es alguien joven, mientras lo meto en la cámara, me arrepiento de haberme enfadado en casa por una chorrada. Pienso en ser un poco más feliz, en disfrutar más de la vida y aprovechar todos los momentos.

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