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La discreción no es una cualidad que suelan atesorar los presidentes de instituciones, sociedades y organizaciones sin ánimo de lucro. La proyección pública cuando ... una persona ocupa el máximo cargo en una entidad de este tipo lo convierte en un aliciente para aquellos que, además, quieran involucrarse en mejorar la sociedad de alguna forma. Luis Miralles, presidente de Casa Caridad desde 2016, es, sin embargo, una persona discreta. Alguien que guarda bajo llave todo lo que no tenga que ver con su cargo en Casa Caridad.
Quienes le conocen explican que se debe a que Luis Miralles se ha creído con tanta firmeza el proyecto de Casa Caridad que después de más de veinte años involucrado en diferentes cargos, desde tesorero a vicepresidente, cuando Antonio Casanova renunció a la presidencia después de dieciséis años, era el relevo natural. Una persona de la casa, empresario y abogado, que conoce al dedillo la institución, que siempre ha estado comprometido con el día a día de las actividades y los proyectos que se han ido fraguando en los últimos años. Que han convertido a la oenegé centenaria en una entidad con muchísimas patas en el complicado mundo de la solidaridad, más allá de la caridad para la que nació en 1906.
Luis Miralles ha alertado de la grave situación que viven muchas familias debido a la crisis económica que ha llegado con la pandemia. Familias con algún miembro en ERTE o sin empleo, autónomos sin ingresos o personas mayores. «Esta crisis es mucho peor que la del año 2008», avisa Miralles.
En una entrevista en Valencia Plaza, Luis Miralles recordaba cómo fue un tío de su mujer quien le introdujo en la junta directiva de la institución, aunque había estado muy presente en su casa. «Recuerdo que mis abuelos siempre daban donativos para Casa Caridad». Las familias pudientes de Valencia han estado vinculadas a la oenegé desde su nacimiento, y todavía hoy la junta directiva está plagada de apellidos burgueses: Noguera, Carpi, Martínez-Colomer, Ballester, Casanova, Félix o Selva.
Si volvemos atrás, Luis Miralles estudió Derecho, y su primer trabajo fue como letrado asesor en el Banco Popular. Además, es graduado en Administración de Empresas por ICADE. Posteriormente se ha encargado de la gestión empresarial de distintas compañías y ahora ejerce de administrador solidario de Luviamar, dedicado a la gestión inmobiliaria, según reza el currículo que se puede leer en la página web de Casa Caridad.
A nivel social, Luis Miralles no está solo implicado en Casa Caridad; es patrono vitalicio de la Fundación Eduardo Calabuig, una entidad que se creó después de que el que fuera letrado en Banco Popular le dejara todos sus bienes a la entidad financiera para ayudar a los empleados o sus familias en caso de necesidad. Tras la desaparición del banco, el año pasado se fusionó con la fundación del Colegio de Abogados de Valencia, y se ha creado una entidad de ayuda a letrados donde Luis Miralles es vicepresidente.
Hay una anécdota que define muy bien al empresario y abogado. En una entrevista, le preguntaban si los empresarios valencianos eran solidarios. El periodista añadía una coletilla: «¿hay que dar algún tirón de orejas?». Y Luis Miralles contestaba: «nosotros no damos tirones de orejas, solo damos las gracias». Y hablaba de todas las personas e instituciones que se vuelcan con la oenegé. Recordaba aquel día en que una finca junto a su sede en Paseo de la Petxina salía a subasta, y gracias a una donación pudieron comprarla y adecuarla para albergar familias en un proyecto de viviendas llamado Fénix. Habla además de casos concretos, como aquel padre de familia numerosa que murió tras una operación de corazón y dejaba atrás cinco niños pequeños. O a las personas que se han quedado, tras la crisis sanitaria, en una situación muy precaria. «La generosidad de los valencianos no tiene límites», dice, y hablaba de la función del presidente: «pedir».
Le encanta Valencia, sabe perfectamente las realidades que se viven en la ciudad que él conoce bien. La del centro, donde vive y trabaja, y aquellas que esconden situaciones complicadas. Le encanta ir andando hasta la Petxina, las calles de la Paz, del Mar, los laterales del cauce, donde puede admirar los puentes, o la Malvarrosa. «Antes corría, ahora camino», explicaba en aquella misma entrevista. Y ve a aquellas personas que para la mayoría pasan desapercibidas cuando piden en la calle, los invisibles a los que, más que darles una limosna, «vale más una charla, o preguntarles qué necesitan». Tiene claro que nadie quiere vivir en la calle.
Luis Miralles habla de ayuda, de paliar la soledad, pero también de dignidad, la que no deberían perder aunque se vean en la necesidad de pedir. Y se muestra muy empático con aquellas personas mayores que tienen una pensión, que a veces ayudan a sus familias y al mismo tiempo están solas, y que se ven obligados ellos mismos a solicitar un plato de comida. Los jóvenes sin esperanza o las mujeres que no pueden sostener a la familia. Luis Miralles tiene claro que uno de sus objetivos es que este mundo, el más próximo, sea un poco menos desigual.
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