Pascual Sala repite varias veces durante la entrevista que ya es muy antiguo, que ha vivido mucho, quizás en esa anticipación de la vejez de quien sabe, más o menos inconscientemente, que la vida se le escurre de entre los dedos, que los plazos se acaban. Tiene razón. Ha vivido mucho. Valenciano de padres murcianos, vivía en la esquina de Ángel Guimerá con Fernando el Católico, sufrió el racionamiento de la posguerra, corrió delante de los grises mientras estudiaba en la Nau... Ahora es un señor de 85 años que sigue trabajando como asesor en el despacho de Miquel Roca -«un catalán muy catalán, pero también constitucionalista, que se puede ser las dos cosas»-. Pascual Sala ha estado unos días en su querida Valencia, entre confinamiento y confinamiento, feliz de ser profeta en su tierra y muy cómodo en una charla sin pantallas de por medio, de las que huye si puede. «Nunca se va a lograr la misma sintonía que en persona, viéndonos las caras, como ahora». Sin embargo, se ha adaptado, porque sigue trabajando.
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-Usted no viene de una familia de la burguesía, pero logró llegar a lo más alto en una época difícil.
-Mi padre, que era empleado en el Banco de Valencia, tenía obsesión porque estudiáramos una carrera. Aquella época era muy difícil, por el racionamiento, porque todo estaba prohibido; recuerdo ir a la huerta con mi padre y mi hermano a comprar comida, no solo verdura, porque criaban animales para poder subsistir. Mi madre fue una heroína, que sabía hacer de todo, que era un volcán que nos sacó a todos adelante. Solo los que vivimos la posguerra hemos podido padecer aquellas limitaciones, pero también creo que eso forma parte de lo que cada uno ha sido después, la vida que uno ha configurado tiene su arranque en cómo fue educado.
-Usted fue el número 1 en las oposiciones a magistrado. ¿Sabía que quería ser juez?
-Sí. Lo tenía claro. Acabé la carrera de Derecho en el 57 y dos años después empecé a preparar la oposición con Julio García-Rosado y Barroso, magistrado en Valencia, una gran persona. Entonces era una oposición muy difícil. Me acordaré toda la vida, tenía 530 temas, así que en menos de cuatro años no podía uno embutírselo todo. El año en que me presenté se ofertaban 35 plazas y éramos novecientos y pico inscritos. Y en aquella época no fallaba nadie al examen.
-Ser juez cuando usted ya mostraba su inclinación por la defensa de las libertades no debía de ser fácil.
-Sí, era muy difícil. Yo era de los jueces que pensábamos que había que defender la Declaración de los Derechos Humanos que promulgó la ONU, pero impulsar libertades desde el seno de la judicatura durante la Dictadura suponía un gran riesgo personal y profesional. Personal porque se jugaba uno la libertad, y profesional porque se jugaba la carrera. Pero los jueces tienen que ser independientes y si no, no son jueces.
-¿En ningún momento vio peligrar su carrera?
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-Daba miedo pero éramos jóvenes. Si hubiéramos sido viejos quizás nos hubiéramos comportado de otra manera, pero es cierto que había que tener un gran prestigio profesional para que no se metieran con uno.
-Usted todavía pudo pisar las aulas de la Universidad en la Nau.
-Cada vez que paso por la Nau -todavía tengo casa aquí y siempre me he sentido muy valenciano- entro y me siento en uno de los bancos de piedra, miro la estatua de Luis Vives y recuerdo aquellos tiempos que viví. Aquella Facultad de Derecho, que estaba en la planta baja, mientras en la planta alta estaba la de Filosofía y Letras. Nosotros éramos casi todo hombres, arriba casi todo mujeres, aunque ya había algunas estudiando leyes, como Carmen Lanuza, gran amiga mía y que después se convirtió en la mujer de Paco Tomás y Valiente. Tanto él como Manuel Broseta iban dos cursos por delante de mí.
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-Cuando ETA mató a Francisco Tomás a Valiente usted estaba en un cargo similar, como presidente del Supremo. ¿Cómo recuerda aquellos días?
-Paco y yo éramos muy amigos y justo dos o tres días antes de que lo mataran estuve comiendo con él. Había terminado su etapa como presidente del Constitucional y lo habían nombrado consejero permanente de Estado. Me acuerdo que le pregunté por qué no llevaba escolta. Y me contestó: «de mí no se acuerdan ni los gatos». Me impresionó mucho lo que ocurrió, claro. Todos los que teníamos en aquel momento cargos representativos estábamos en el punto de mira. Una vez, la Policía me informó de que en un registro habían encontrado información muy detallada sobre mí, pero yo llevaba escolta y me sentí siempre muy protegido.
-Usted ha sido presidente del Tribunal de Cuentas, del Supremo y del Constitucional. ¿Cómo lo ha logrado?
-En broma hay quien me dice que son los tres únicos tribunales que hay en España, que si hubiera habido un cuarto también lo habría presidido. No me considero superior a los demás, pero sin duda alguna es un acicate que he tenido, el poder acceder a los altos puestos de la magistratura.
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-¿Qué cualidades cree que son necesarias, más allá de las afiliaciones a uno u otro partido, para conseguirlo?
-Creo que es importante pensar en los demás, compartir las preocupaciones y, sobre todo, las soluciones. Eso hace que uno sea bien recibido entre distintos sectores. Porque cuando era presidente lo era de todos.
-¿Cómo se ha llevado con el poder?
-No he notado el poder. He sentido el peso de la razón y la justicia, no de la fuerza. Solo presumen de poder los soberbios, y no conozco ningún soberbio que sea listo.
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-¿Cómo es su vida ahora?
-Tengo un grupo de amigos que nos juntamos como mínimo uno o dos días a la semana. Yo me he preocupado de conservar las amistades para que no me tengan que ver en un tanatorio. Somos ya muy mayores pero nos conservamos y nos cuidamos mutuamente. Paco Navarrete, Ignacio Sierra, Fernando Ledesma, Javier Navarro, Juan Antonio Siol… tengo una vinculación especial con todas estas personas que han sido altos cargos de la magistratura e incluso de la política.
-Pero usted está en activo todavía.
-Estoy en activo como socio consultor del despacho de Roca-Junyent. Lo necesito, porque me viene bien para estar mentalmente activo en lo que me ha gustado, escribiendo artículos, haciendo informes. Con mi experiencia creo que todavía puedo ayudar.
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-¿Se cuida?
-Todos los días, esté donde esté, y desde hace más de cuarenta años, hago una tabla que me mandó un médico valenciano. Me sienta perfectamente. Ah, y ejerzo de abuelo, tengo dos nietos y creo que me quieren.
-Sus hijos han estudiado leyes, aunque no hayan seguido el camino de la magistratura.
-Cada uno tiene que seguir su propio camino. El mayor es abogado del Estado, y mi hija ejerce con despacho en Valencia y Madrid. Yo nunca les dije nada, pero supongo que influye criarse con un padre juez y en una casa llena de libros de Derecho. Recuerdo que mi hijo, cuando acabó el Bachiller y le pregunté qué quería ser, me contestó: «quiero ser como tú». Le dije que se tomara su tiempo, pero él lo tenía claro.
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