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La artista Marusela Granell llegó a Ruzafa en los noventa. Allí montó con Carlos Albert el espacio artístico Color Elefante, en la calle Sevilla. «En aquellos años era una zona olvidada y deteriorada, pero a la vez con una mezcla de personas y razas ... que a los artistas nos parece enriquecedor, por eso fuimos los primeros en invertir en el barrio».
Después llegaron otros artistas, como Horacio Silva o Paco Sebastiá, abrieron restaurantes junto a los bazares chinos y árabes, pero nunca perdió el carácter de barrio ni la fidelidad que le guardan todos los que han vivido aquí.
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Marusela dejó el proyecto pero no el barrio, y abrió su propio estudio en la calle Pintor Salvador Abril. Ruzafa ha sido como el Soho valenciano, un barrio con personalidad, en donde conviven artistas, artesanos y diseñadores con abuelitas de ochenta años que han nacido aquí. «Es un barrio que contagia la belleza estética -añade Marusela-, un espacio donde conviven familias y jóvenes, mayores y niños, extranjeros y gente que ha nacido aquí; conviven personas, animales y bicicletas. Es un milagro de la convivencia, por eso hay que protegerlo».
Lo de los perros no es una anécdota. A juzgar por la cantidad de clínicas veterinarias y peluquerías para perros, debe de ser el barrio con más población canina por metro cuadrado. «Hay una señora que pasea cuatro lebreles que van con abriguito y ella tiene un rollazo impresionante», cuenta Marga Martínez (se refiere a la fotógrafa Consuelo Chambó). La joyera, que abrió su taller hace siete años en el barrio, decidió mudarse. «Antes vivía con mis padres en la plaza del Ayuntamiento, un lugar con cero cariño y mucho ruido; aquí es todo lo contrario, sales y siempre te encuentras con alguien, es como un pueblito dentro de Valencia», explica.
Marusela Granell cree que parte del atractivo del barrio de Ruzafa es su carácter centroeuropeo. «Es un modo de vida más pausado y cosmopolita, con bicicletas, comercio de proximidad y un espíritu colaborativo» .
Lo curioso de Ruzafa es que en la misma calle te puedes encontrar con dos carteles reivindicativos en los balcones. Uno que dice 'Aquí vive gente, respetad nuestro descanso' y justo al lado otro que reza: 'Ruzafa viva, queremos terrazas'. Dice Marga que lejos de crear conflicto, aquí la gente es muy tranquila y que al final las terrazas dan mucha vida a las calles. «No da miedo salir por la noche, es como el Soho», añade la joyera.
La visión de una recién llegada al barrio apenas difiere de la de una mujer que pasó su infancia aquí. La periodista Ángela Pla nació en Ruzafa, en una casa con jardín de su abuela Ángela. «Mi tatarabuelo fue alcalde de Ruzafa; tomé la comunión en el Convento de los Ángeles y mis hijos se bautizaron allí. Mi amor también está en el barrio; tanto, que mi empresa se llama Ruzafa Estudio y aquí es donde paso mis días, conviviendo con los vecinos y el mercado».
En la zona vive gente de perfiles muy variopintos. Gente del sector editorial como los dueños de Pretextos, Manuel Borrás y Manuel Ramírez, el futbolista Carlos Soler, Adolfo Plasencia, Bruno Soler, David Blay, Joaquín Bérchez, Juan Lagardera, el interiorista Pepe Cosín, Asun Oliver, Manuel Turégano (editorial Contrabando), Vicente Ferrer y Begoña Lobo (editorial Mediavaca), el diseñador Jaime Hayón, la artista Nanda Botella, Sergio Membrillas y La Dolores Tattoo, Ana Ábalos y Pablo Llopis, Carmen Baselga, Magín Ruiz de Albornoz, Jaime y Ana Sanahuja y Roqui Albero, José Saborit y Lola Mascarell, Arístides Rosell, Sebastián Nicolau, Rafa Mölck y Jussi Folch (editorial Lanevera), el músico Javier Ávila, el poeta Carlos Marzal y Óscar Casanova, dueño del Congo y de Huerta.
Ruzafa de día es un barrio pintoresco con sus hornos de toda la vida -uno de ellos sirve a Ricard Camarena, el de San Bartolomé-, sus tiendas de antigüedades, sus restaurantes Michelin, galerías de arte, tiendas de ropa y librerías de segunda mano, como en Londres o Berlín, estudios de tatuajes y bajos con artesanos y diseñadores gráficos. «Si quieres puedes hasta hacer un curso de crochet», ríe Marga.
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