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Alfonso García. Damián torres
Kilómetros de esperanza

Kilómetros de esperanza

Alfonso se olvidó de sus dos negocios de hostelería y participó en un convoy con otros valencianos para llevar agua, alimento y medicinas al pueblo invadido. Allí esperaban una madre y sus cinco hijas, que les acompañaron de regreso a España

Arturo Cervellera

Viernes, 7 de octubre 2022

La guerra de Ucrania iniciada tras la invasión rusa será uno de los acontecimientos que marquen el año. La cercanía del conflicto y la dureza de las imágenes que llegaban desde el este de Europa movilizaron a un sinfín de empresas e instituciones, que quisieron aportar su granito de arena para, por lo menos, hacer más llevadero el conflicto a las personas del entorno y evacuar a civiles que lo necesitasen. Pero de forma paralela a estos grandes proyectos también acontecieron pequeñas historias solidarias de muchos valencianos que, como Alfonso García, dejaron de lado sus trabajos y se unieron a un convoy que puso rumbo a la frontera con Polonia.

Alfonso, Sete para los amigos, relata que fue a través de una vecina de Rocafort con la que había colaborado en el pasado como se enteró de una iniciativa que implicaba autocaravanas de toda España. En su caso no disponía de un vehículo así, pero preguntó si podía acercarse con su monovolumen y recibió el visto bueno junto a Abel, Javi y Pablo, Carlos y Rocío. El objetivo estaba claro, llenar los coches con comida, agua y medicinas y acercarlos lo máximo posible a la frontera entre Ucrania y Polonia. Una vez allí, ocuparían las plazas con ucranianos que quisieran desplazarse y volverían con ellos a España lo antes posible.

En pocos días pudo cerrarse el dispositivo gracias a la ayuda de Anna Machera, el enlace que gestionaba la misión. La empresaria polaca, especializada en la importación de productos españoles, fue «el verdadero ángel de esta historia», según el propio Sete. Lo que menos costó fue recoger fondos. Amigos y conocidos estaban más que concienciados y a través de 'bizum' se logró el dinero necesario en días.

A las tres semanas de estallar el conflicto estaba todo listo y decidieron partir. Sete no se lo pensó, dejó en manos de sus empleados tanto la bodega La Aldeana como su restaurante Malarmat y se centró en el proyecto. Les esperaban unos 2.500 kilómetros de ida y otros tantos de vuelta que este valenciano solidario completó junto al resto en jornadas maratonianas de hasta quince horas al volante. Sabían que el tiempo era oro.

Pero les aguardaba un giro de guion. A mitad de viaje las circunstancias cambiaron y en lugar de acudir a la frontera se les informó de que debían llegar hasta Varsovia, donde se acumulaban miles de refugiados que no podían ser atendidos en condiciones por unas autoridades polacas desbordadas.

Una vez que llegaron a la capital de Polonia y pudieron dejar todo el material en uno de los almacenes habilitados, a través de Anna Machera contactaron con la familia que trasladarían. En el caso del hostelero, se trajo a Valencia a una madre junto a sus cinco hijas. María, de 36 años, viajaba con Andaria (16 años), Yuliana (14), Solomia (11), Roksolana (7) y Roma (6). «Habían guardado sus vidas en unas pocas mochilas y eso me impactó», recuerda hoy Sete. Para la vuelta aprovecharon la solidaridad de diferentes congregaciones religiosas y pudieron descansar en Austria y Francia.

Al llegar a la Comunitat, tras tres días de viaje y otros 2.500 kilómetros recorridos, les esperaba una familia de Alberic que se ofreció a acoger a las ucranianas. Se quedaron un mes para recuperar fuerzas después de unos días muy complicados, pero no llegaron a asentarse en España, ya que optaron por volver a Polonia, al estar allí otros familiares y tener más facilidad con el idioma. Eso sí, agradecieron enormemente el socorro de esos héroes anónimos valencianos que les acogieron.

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