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Tierra de nadie, según dice el alcalde. Y algo sabrá si le han votado. Tal vez no muy lejos, pero tampoco lo bastante cerca. Es Benimassot, un pueblo con dos niños. Al lado está Fageca con otros tantos, Famorca con uno. La lista de municipios de infancia menguante se alarga como una sombra al caer el día. En Tollos ya no quedan críos. Ni en Castell de Cabres, al norte de Castellón. Pero aquí viven todo el año Jordi Molinés, de 15 años, y Omar Tomás, de 6, y forman una extraña pareja. Uno grande, con los andares desgarbados de la adolescencia, interesado por el baloncesto y los ordenadores y otro pequeño, sorprendentemente seguro de sí mismo, que en el futuro quiere ser «científico paleontólogo». No pueden elegir otros compañeros de viaje ni de vecindario salvo en los meses de verano, cuando las calles se llenan de los hijos de paisanos que fueron a buscarse la vida a otros lugares y retornan a la casa del pueblo en vacaciones. Pero ahora esos días parecen lejanos. El viento ya es frío.
En la pequeña plaza, frente al edificio del ayuntamiento pegado a la pared de la iglesia, dos mujeres hablan en un perfecto inglés. Muchas fachadas están adornadas con carteles y pancartas en contra de la tala de árboles por la plaga de la «xylella fastidiosa». Aquí toda la actividad gira en torno al olivo y el almendro, así que la plaga se siente como una amenaza vital. Se oye un claxon subiendo por la cuesta y algunas puertas que se abren por las que asoman mujeres con bolsas de tela para el pan. La furgoneta, del propietario del horno de Fageca, da servicio a varios pueblos. También lleva leche, huevos, magdalenas y varios tipos de galletas. Una hora más tarde, dando unas voces propias de un tenor, aparca en el mismo sitio el pescatero con su oferta dispuesta en bandejas rebosantes de hielo. El menú lo completa un tercer vehículo, de mayores dimensiones, repleto de estantes que contienen una selección de productos de supermercado. Carne ya no hay, porque tampoco hay carnicería en ninguno de los pueblos cercanos. De esto modo transcurre una mañana de sábado en los paraísos que buscan los urbanitas, en los que tampoco quedan animales porque las leyes ya no dejan tener gallinas, conejos y cochinos correteando por los bancales. Un vecino tenía un pequeño burro y se lo ha llevado cansado de las burocracias sanitarias que llegan de la urbe.
Nos hemos sentado en el bar. También están los padres de Jordi, Mari Carmen e Ismael, y la madre de Omar, Margarita. Es una charla coral en la que a veces la voz cantante la lleva el sonido de la cafetera calentando un carajillo. El mayor acude a clase en Alcoy porque su abuela vive allí y se puede quedar. Son entre veinte y veinticinco minutos en coche. A Omar, entretenido en su dibujos mientras los demás hablan, aunque con la oreja atenta, lo lleva el autobús cada mañana a la escuela de Benilloba. Aunque su madre tiene que ir todos los días porque es diabético y ha de ponerle una inyección, «me plantearía no hacerlo si en el centro de salud se pudieran hacer cargo...pero si tienen que ir a otro sitio o atender a otra persona, creo que por una cosa o por otra me estarían llamando a diario porque él necesita un horario y unos controles». Jordi piensa en que le queda un año para poder conducir una moto y en la independencia de la que disfrutará. De momento, su madre señala que «lo tienen todo gracias a nosotros, que nos pasamos la vida yendo de aquí para allá». Ismael, que ahora es el alcalde del pueblo, anda preocupado en ver cómo se salva el futuro, porque el presente está complicado «ahora entre tres personas trabajan todos los campos del pueblo, que antes daban trabajo a cincuenta».
Al menos está internet. Llega bien, con cable. Jordi juega con sus amigos a la play, al Fifa, al NBA. Antes al Fornite. Omar hace un gesto de desapego emocional y sentencia «yo soy más de tablet». Su juego favorito en estos momentos es uno llamado «Plantas contra zombis» y que consiste en colocar varios tipos de vegetales para detener a unos atacantes cuyo fin es devorar los cerebros de los vecinos. En las plantas está la salvación del planeta. El chaval dibuja personajes y llena hojas sin parar. En especial, unos seres que parecen guisantes con una gran boca redonda. Jordi lo mira con asombro y dice «a mi no me des papeles ni cosas de esas, yo todo lo hago con un ordenador». Los avances tecnológicos no solo han permitido cultivar más tierra con menos personas. También calmar al demonio consumista que todo chaval lleva dentro, porque el único adolescente de Benimassot echa en falta, según dice, «las tiendas». Ese deambular viendo esto y lo otro, comprando si se puede. Lo hace en ocasiones desde casa, igual que los adultos, pero la experiencia no es similar a la de una ciudad «porque los repartidores de Amazon o de lo que sea no vienen hasta aquí, o tardan mucho...ahí ya te metes en los líos de cada empresa de mensajería, algunas cumplen y otras no, al final te toca ir a Alcoy a recoger el paquete», explica Mari Carmen. Junto al bar hay unos columpios en buen estado. Y un parque con la grande y pesada muela de piedra de una almazara. Antes era la escuela, hasta finales de los setenta. Ismael vivía antes en Alicante y su pareja en Barcelona, aunque su padre era de Benimassot. Margarita también estuvo fuera bastante tiempo. Forman parte del grupo que volvió, los jóvenes del pueblo que ahora tienen de cincuenta para arriba. Ismael me señala a un hombre que comparte almuerzo con otros en una mesa cercana, y lo pone como ejemplo: «Sus cinco hijas ya han volado, fue la última familia que se criado aquí».
Ismael Molinés, alcalde de Benimassot, cree que algún tipo de actividad económica que permitiera mantener a «cuatro o cinco familias» bastaría para que el pueblo levantara cabeza. Eso y mejorar la atención médica, que en las especialidades depende del Hospital del Alcoy, que no solo está lejos sino que cuenta con recursos limitados por el número de municipios a los atiende.
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Jon Garay y Gonzalo de las Heras
Equipo de Pantallas, Oskar Belategui, Borja Crespo, Rosa Palo, Iker Cortés | Madrid, Boquerini, Carlos G. Fernández, Mikel Labastida y Leticia Aróstegui
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