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El joyero Argimiro Aguilar siempre ha sido inquieto y enérgico. Uno de esos niños que no para quieto. De ahí que sus recuerdos más felices sean de aquellos veranos en una casa de campo en Carcaixent, en los que podía corretear en libertad por el huerto. «Era de mi tía Helga, una alemana que sólo tenía a mi madre de familia; una de esas casas con huerto y balsa en Quatrecamins; nos bañábamos allí todos en un estado de libertad total». Todavía recuerda a los caseros Lupe y Pepe, que le dejaban cuidar de las gallinas y los conejos, regar el campo o quemar rastrojos. «En el huerto pasábamos tres meses al año en estado semisalvaje, todo el día con bañador, era algo maravilloso. Mi madre lavaba en un lado de la balsa y mi hermana y yo nos bañábamos en el otro con verdina. Era una vida rudimentaria, sin ningún lujo pero rodeados de naturaleza. Mi padre iba todos los días a Valencia a trabajar a Tabacalera pero siempre volvía a casa a dormir».
Los recuerdos de los veranos en el campo se alternan con los de la playa del Mareny Blau. «Allí compró mi padre, que también se llamaba Argimiro, un apartamento en los años setenta». El joyero también recuerda aquellos veranos en la playa como idílicos. «Lo pasábamos bien con una colchoneta y poco más. Recuerdo que allí comenzó mi afición por la pesca submarina, que me encanta. Desde pequeño he pescado pulpos, rayas o lenguados».
Valenciano de nacimiento, Argimiro tiene sangre cordobesa que se nota todavía en su carácter extrovertido, sociable y cálido. «Mi padre es cordobés y todos los años íbamos a la feria de mayo, que es como de abril en Sevilla. Mi madre nos vestía a mi hermana Sol y a mí de faralaes».
De su infancia en Valencia recuerda las tardes en la plaza del Ayuntamiento. «Yo vivía en la calle San Vicente 16 e iba al colegio Dominicos. Todavía recuerdo al padre Lorenzo, un sacerdote que me marcó, tengo muy buenos recuerdos de esa época. Nuestra zona de juegos era la plaza del Ayuntamiento, donde todavía estaba la estatua de Franco».
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