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Pepe Gimeno, en su estudio de Godella, donde hay una parte dedicada a la creación artística. Tiene obra en el IVAM. D. TORRES

Pepe Gimeno: «Sé que no me queda mucho tiempo y lo quiero aprovechar»

A punto de cumplir setenta años, podría estar jubilado, pero reconoce que aún tiene curiosidad y eso le hace sentirse joven. Admite, sin embargo, que se ha volcado en su profesión y las relaciones personales se resienten. «Sé que a mi familia le hubiera gustado que le dedicara más tiempo»

Jueves, 4 de marzo 2021, 14:32

Ahora que todos llevamos mascarilla la gente que ríe con los ojos parece más cercana, más humana. A Pepe Gimeno le pasa, se le empequeñecen cuando habla de historias pasadas sin nostalgia, con esa vitalidad que no pierden quienes conservan la ilusión y la curiosidad a pesar de los años. Como cuando cuenta que eran un poco vampiros que entraban y salían de noche del estudio que tenían en Valencia, y que por eso el de Godella es un paraíso de luz y belleza, de amor por los detalles. Que conserva esa pasión por las plantas que le viene de una infancia en la huerta casi desaparecida de Castellar. «Son tan bonitas, tan amables y piden tan poco...», dice. Y así se pasó el confinamiento, entre la creación de una obra sobre la posverdad en la que ha recortado hasta una enciclopedia, los paseos por la terraza con su mujer «como si estuviéramos locos en el manicomio» y los cuidados de su pequeño vergel. Hemos quedado con él unos meses después de que fuera galardonado con el Premio Nacional de Diseño, un reconocimiento muy merecido tras años recogiendo premios fuera de nuestras fronteras.

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-¿Cómo le sentó el premio?

-Me lo tomé muy bien porque que te reconozcan en casa es mucho. Además, me ha gustado el hecho de que me haya obligado a hacer un examen de conciencia de toda mi trayectoria. Ahí me he dado cuenta de que he hecho muchas cosas de forma intuitiva, porque el estómago me lo pedía. Y otras que parecen caprichosas, que parecían tener un razonamiento demasiado lógico, visto desde arriba les veo coherencia. Es bonito ver que los intereses del principio siguen estando; me hace sentir joven.

-¿Ha sido importante para usted seguir su intuición?

-Yo creo que hay que dejarse llevar por la intuición y por los sentimientos porque llevamos mucho siglos existiendo y hay cosas que las llevamos grabadas en el fondo de nuestro ser, tanto de experiencias propias como de nuestros antepasados. Y eso se manifiesta en la intuición.

«Mis padres no sabían bien a qué me dedicaba pero como me apañaba se tranquilizaron»

-Es difícil estar satisfecho con una trayectoria.

-(Ríe) Reconozco que hay muchos pequeños fracasos en mi trayectoria.

-Cuando usted estudiaba no había Diseño Gráfico. ¿Sabía qué quería hacer al comenzar?

-Y a eso hay que sumar que yo no nací en un ambiente nada artístico. Mis padres eran agricultores de Castellar y todas las generaciones antes que yo se dedicaban al campo, así que lo mío era una ruptura brutal. Desde aquel momento siempre tuve la sensación de ir como por la selva virgen, abriéndome paso con un machete.

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-Cuénteme.

-Cuando le dije a mi madre que quería estudiar en la Escuela de Artes y Oficios me obligó a matricularme en Magisterio, y estuve un curso yendo a los dos sitios, hasta que el año siguiente le dije a mi madre que no volvía, que a mí no me gustaba. Empecé en decoración, y ya desde el principio me di cuenta de que me inclinaba más por el dibujo publicitario, que así se llamaba entonces. Todavía recuerdo las letras que hacía en la libreta de religión con tinta china y una plumilla cuando era pequeño… me podía pasar una tarde haciendo una página del cuaderno. Pero en Artes y Oficios no escuchamos ni una vez la palabra diseño ni tampoco la palabra tipografía. Y cuando salí a buscar trabajo -eran los años setenta- no lo conseguía ni empujando. Fui muy autodidacta siempre, nunca tuve maestros y me he sentido huérfano. Pero todo tiene sus ventajas, porque cuesta más aprender, sí, y a cambio cuando lo consigues es con una profundidad y con un valor que no es igual que si te lo dan.

El valenciano Pepe Gimeno, junto a una de sus obras. D. TORRES

-¿Qué le ha movido?

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-Mi profesión me ha gustado mucho y he sentido una necesidad por hacerla y una curiosidad por saber, por dominar técnicas, por querer continuamente superarme. He dado muchos saltos porque me interesan muchas cosas. Investigo, lo entiendo, lo asimilo y me voy a otro sitio.

-¿Estaban satisfechos sus padres después, aunque no hubiera sido maestro, o agricultor?

-A ellos no les pareció mal que yo no fuera agricultor, al contrario; les preocupaba lo que había elegido, porque hasta muchos años después tampoco acabaron de entenderlo, porque no era pintor, tampoco arquitecto… era una cosa nueva, ni publicista ni artista. A veces me preguntaban: «¿qué haces exactamente?», pero como con los años vieron que me iba apañando y que no pedía limosna en la calle se tranquilizaron. Quizás no entendieron el alcance de algunas cosas que he hecho. Lo del premio nacional, fíjese, igual lo hubieran valorado más.

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la pone el equipo»

-Y al final acabó siendo, también, profesor.

-No es lo mismo, pero es verdad que siempre me han dicho que soy bastante didáctico, y eso que no me considero una persona ni muy habladora ni muy conversadora. Me gusta mucho el silencio, estar tranquilo.

-¿Le ayuda a pensar?

-Sí, prefiero que no me distraigan, incluso a veces la música me cuesta tenerla de fondo. Es que yo solamente sé hacer una cosa a la vez, o ninguna. Mi mujer lee el periódico, habla conmigo y ve la televisión al mismo tiempo. No lo entiendo (ríe).

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-Cuénteme cómo puede ser que tenga una tipografía con su nombre.

-Fue producto de un enfado. En Bruselas vi una exposición de Warhol, donde la escritura de unas recetas tenían la caligrafía de su madre. A mí me pareció extremadamente cursi y, al mismo tiempo, muy divertido por el descaro con el que las usaba. Y me encantó esa desorganización. Le puse el nombre de Warhol, me dieron el Certificado de Excelencia en Diseño Tipográfico del Type Directors Club de Nueva York, pero los de la fundación Warhol nos prohibieron usar el nombre del artista. Una organización tipográfica de Berlín, que ya no existe, quería publicitarla y venderla, y fueron los alemanes quienes me dijeron: «¿por qué no la llamas Pepe?». Para ellos no tiene la connotación que tiene para nosotros ese nombre. Que es el de la botiga, el vecino de al lado, el panadero… (ríe).

-Usted ya podría jubilarse, pero sigue aquí en el estudio.

-Ya tengo 69 años, voy a cumplir 70 y podría estar jubilado, pero a mí me gusta lo que hago, sigo teniendo intereses y me hace sentirme joven, como cuando tenía veintitantos y curiosidad por todo. Nunca me he visto con los años que voy sumando, y pensé que tenía dieciséis años hasta que cumplí los cuarenta (ríe).

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-¿Cambia la percepción con los años?

-Ahora sé que sé mucho, que no me queda mucho tiempo por delante y lo quiero aprovechar. Como decía mi madre: «tinc molta feina per fer».

«Las cosas no son nunca blancas o negras. Cuanto más grises más complejas y ricas»

-¿Sigue al mismo ritmo?

-Yo me ocupo mucho menos de la gestión, y así me he descargado mucha responsabilidad del día a día. Ahora sí, me ha costado años soltar riendas.

-Además, un estudio de este tipo es muy personal.

-Es cierto, tiene todos los defectos y virtudes del fundador. Pero hay gente aquí que lleva treinta años trabajando conmigo, y el equipo ha sido muy importante. Sin ellos yo habría cerrado el estudio. Yo puedo permitirme ahora ser el pozo de saber y de experiencia, pero la energía la tienen que poner ellos.

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-Su hijo está aquí con usted. ¿Es una alegría o una preocupación que haya elegido el mismo camino que su padre?

-Al principio fue una preocupación porque siempre me pareció una profesión muy dura y en su momento me devolvió los desvelos de mi madre. Sin embargo, ahora estoy muy contento por cómo está trabajando.

-Son inevitables las comparaciones en estos casos, sobre todo con su currículo.

-Existe ese riesgo, pero yo creo que él no lo vive así, porque es otra persona totalmente distinta a mí y el estudio evolucionará.

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-¿Le ha absorbido mucho a usted?

-Muchísimo. Porque le he dedicado tiempo fuera de mi horario de trabajo, fines de semana, vacaciones... Y las relaciones personales se resienten, sobre todo para la pareja. Si no hay un mínimo de complicidad acaba mal. He intentado dedicar tiempos a la familia, pero creo que les hubiera gustado que hubieran sido más.

«Que mi hijo tomara el mismo camino que yo me devolvió los desvelos de mi madre»

-¿Ha vivido con esa mirada de artista?

-Casi cada cosa que he hecho en mi vida acaba girando hacia el arte. Por ejemplo, yo me voy de vacaciones a la playa, veo basura y pienso en cómo aprovecharla. Un trozo de carbón de las hogueras, una piedra o un palo con una forma determinada. Y aprendes a observar más que a ver, y cuando te fijas ves muchas cosas, como con unos rayos X especiales.

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-¿Hay más de emoción o de razón en el arte?

-Para mí el arte no es solo emoción o solo razón, porque las cosas no son nunca blancas o negras. Cuanto más grises, más complejas y más ricas, porque las puedes mirar de muchas maneras. Los matices me gustan mucho. En todo.

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