El viaje inolvidable de... María Medina

El día en que a Manuel Molina, marido de María Medina, lo ficharon para dirigir un hotel en Cayo Largo del Sur, un lugar de Cuba, ninguno de los dos se hacía una idea de cómo iba a cambiarles la vida. La primera vez que María puso un pie en la isla quedó impactada por la belleza de sus playas de aguas turquesas y arena blanca. Para llegar hasta allí primero tuvo que volar a La Habana y después recorrer un trayecto de media hora a bordo de un pequeño avión. «La isla mide veintiséis kilómetros y tiene sólo siete coches. Acoge la única playa nudista de Cuba, lo que es un reclamo para algunos turistas, sobretodo italianos y canadienses. Sólo hay wifi en los hoteles y el ocio es prácticamente diurno, por lo que consigues desconectar del todo», afirma la ejecutiva de cuentas y relaciones públicas.

Cayo Largo del Sur es una isla casi inhabitada donde toda la actividad se concentra en los dos hoteles donde se alojan turistas durante todo el año. Los trabajadores de los hoteles se hospedan en unas casitas ubicadas en una especie de pueblo improvisado donde han montado algunos bares y donde, todos los martes, organizan 'la fiesta blanca'. Allí está ubicada la marina con barcos de pescadores y pequeñas embarcaciones para alquilar. «La gente trabaja veinte días en el hotel y luego descansan diez, que los pasan en la Isla de la Juventud. Allí sólo vive Manuel, que es el director del hotel Sol Cayo Largo, el chef y el pastelero».

Las dos playas más importantes de la isla son Lindarena y Playa Paraíso, que está considerada como una de las más bellas del mundo. La comida llega a la isla cuatro días a la semana en una embarcación a la que llaman 'pataca', y por todas partes se ven iguanas, flamencos, estrellas de mar y, en una zona de lagunas, cocodrilos. Cayo Largo, además, alberga un centro de rescate de tortugas marinas y cada noche, a partir de mayo, es posible ver a las tortugas que salen a poner huevos. «Gonzalo, que es el director del centro de rescate, sale cada tarde a coger los huevos para que la gente no los pise; los incuba y los miércoles hace una suelta de tortugas. Este año encontró quince tortugas albinas, algo muy difícil de ver», explica María.

Cuando llegan o cuando se van de la isla, María y Manuel aprovechan para pasar unos día en La Habana, donde disfrutan paseando por las calles y tomando piñas coladas en La Bodeguita del Medio, escuchando jazz en La Fábrica del Arte Cubano, comiendo pescado en La Guarida o tomando helados de pistacho en Coppelia. El pasado año la ciudad celebró su 500 aniversario y por ello están arreglando los lugares más emblemáticos, dejándola bonita para recibir al turismo y abriendo nuevos hoteles; la ciudad se está abriendo todavía más y es un placer, según María, aprovechar unos días para disfrutar de La Habana como se merece.

La experta en relaciones públicas ha quedado enamorada de la forma de vivir de su gente. «En Cuba suena música a todas horas y siempre hay gente bailando. La vida allí va a otro ritmo; en Cayo Largo parece que estés en un sueño. Para mis hijos la isla es un paraíso salvaje donde pueden ser totalmente libres».