Un niño lee un cuento. pexels

La maldad y el sufrimiento, parte esencial de los cuentos infantiles

menudos ·

La corrección política y el deseo de proteger a los niños de realidades que a los adultos nos parecen inapropiadas ha llevado a desaconsejar obras maestras de la literatura

Miércoles, 21 de julio 2021, 00:25

Si un maestro, en una clase de niños de cinco años alborotados, dijera en voz alta: «Érase una vez…», se crearía un silencio y unos cuantos pares de ojos bien abiertos fijarían su mirada en él, y no la retirarían hasta que concluyera con un « ... Colorín, colorado...». Los cuentos son una herramienta imprescindible para ayudar al niño a entender el mundo que le rodea, para construir su identidad futura y aprender los valores que le servirán durante toda su vida adulta. Pero, ¿qué historias se pueden contar?

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En el cuento de 'Hansel y Gretel', los niños son abandonados repetidas veces por su familia porque son demasiado pobres para alimentarlos. En el bosque, perdidos, se encuentran con una bruja que los atrae a su casita de chocolate para luego cocinarlos y comérselos. En 'El lobo y los siete cabritillos', seis de ellos son devorados por el lobo y la madre de los pequeños le abre la barriga con unas tijeras, saca a los cachorros y se la vuelve a coser llena de piedras. ¿Parecen historias aptas para los más pequeños? Mucha gente diría que no, que son demasiado cruentas para que un niño las pueda escuchar. La realidad es que sí son para ellos. Y, es más, los necesitan.

«Los cuentos actuales tienden a mostrar a los niños un mundo de color rosa», dice Pérez Reverte

'Hansel y Gretel' y 'El lobo y los siete cabritillos' pertenecen a la formidable colección de literatura infantil que publicaron los Hermanos Grimm a principios del siglo XIX, y donde hay otros títulos que nos suenan incluso más todavía, como 'Blancanieves', 'La Cenicienta', 'La Bella Durmiente', 'Rapunzel', 'Caperucita Roja' o 'Pinocho', algunos adaptados y edulcorados por la factoría Disney para convertirlos en película, pero que en sus versiones originales tienen no solo personajes malvados sino también miedo, muerte, sufrimiento y escenas que a los adultos nos ponen los pelos de punta. Y el énfasis es ese, en que somos los adultos los que interpretamos con nuestra mirada cuentos que a los niños no les llegan de la misma forma.

Raquel Marco es maestra en la Escuela Internacional Waldorf Valencia, que basa una parte de su día a día en las aulas en los cuentos de los Hermanos Grimm y otros clásicos de la literatura infantil. «Los adultos 'intelectualizamos' los relatos de una manera que no son capaces de hacer los niños; a ellos les sirve para asimilar conceptos que les ayudarán a conformar su identidad y los valores conforme vayan haciéndose mayores, como una semilla interior que va creciendo». Si en un cuento a alguien le cortan la cabeza, el niño no se imagina lo mismo que nosotros, y en realidad entenderá mucho mejor, aunque sea de una forma inconsciente, que esa acción tiene que ver con una pérdida. Como decía Charles Dickens, que escribió, entre otros, 'La cerillera', los cuentos «posibilitan la transformación y el crecimiento interior del hombre».

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¿Cómo se puede definir el bien sin el mal? No es posible si solo les mostramos a los niños una parte de la realidad

Maribel Jiménez es maestra y psicóloga, y en su blog dedicado a la crianza 'De mi casa al mundo' ha abordado precisamente este tema. Ella explica que en la literatura infantil «se presenta un conflicto, una situación que implica internarse en el bosque oscuro (como 'Hansel y Gretel'), o incluso atravesar la muerte (como Blancanieves o la Bella Durmiente), pero que siempre es resuelta cuando el bien vence por encima del mal».

Arturo Pérez Reverte decía hace unos días en su columna de XL Semanal que ahora la literatura infantil «tiende a contar a los niños un mundo de color rosa donde los piratas son buenos, los dragones tiernos animalitos de compañía, los tiburones amables sardinillas, las brujas bondadosas, y a los lobos, que son un pedazo de pan, no les cabe el corazón en el pecho». El escritor concluía su columna valorando que ese «discurso infantil exclusivo y excluyente acabará convirtiendo a millares de niños en irrecuperables gilipollas ajenos al lado oscuro de la vida».

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En realidad, hay algo más simple, y es el hecho de que, para que un niño conozca qué es el bien, tiene que saber qué es la maldad, cómo se manifiesta. Lo explica Rafa Noguera, docente especialista en pedagogía Waldorf. «¿Cómo se puede definir el bien sin el mal?», se pregunta. Las fábulas son un ejemplo claro de ello. Cuando Perrault escribió 'La Cigarra y la Hormiga', estaba ayudando al niño a entender dos cualidades, la voluntad, representada en la hormiga, y la pereza, y la moraleja que se desprende de la contraposición de esos dos valores.

Pérez Reverte ponía el énfasis además en que textos «soberbios como 'Caperucita Roja', 'El Soldadito de Plomo', 'Los tres pelos del diablo', 'La Cenicienta', 'Blancanieves', 'La Bella Durmiente', son tachados de violentos, militaristas, machistas, y pocos se atreven a recomendarlos». Es cierto que Disney ha manoseado los textos originales y en muchos casos los ha trastocado tanto que no se parecen en nada al original, pero Pérez Reverte denuncia que los cuentos están ahora «sometidos a revisión ideológica y censura por no ajustarse al canon de la corrección política actual». Y, por ejemplo, hay una madre inglesa, Sarah Hall, que piensa que 'La bella durmiente' encierra «un mensaje sexual inapropiado» porque el beso del príncipe es no consentido, y pide eliminar el libro de las aulas. En Estados Unidos, la censura ha llegado también a libros para adultos, y grandes obras de la literatura como 'El guardián entre el centeno' o 'Matar a un ruiseñor' han sido retirados de numerosas escuelas.

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Los expertos piden, además, dejar de tratar a los niños como si no fueran inteligentes, y olvidar el lenguaje infantilizado en el que caen muchos de los cuentos actuales y recuperar los textos originales, con un vocabulario rico y una gramática llena de matices, que les quedará a los niños como un bagaje cultural muy positivo en el futuro.

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