Cuando María (nombre ficticio para preservar su anonimato) ve a Lucía, su mamá de acogida, entrar por la puerta del salón la cara se le ... ilumina. Sigue acostada en el carro, donde se ha dormido una siesta mañanera en casa de la abuela. Todavía hoy se la ve pequeña para sus casi catorce meses de edad, pero ya se notan los efectos que el amor y los cuidados han tenido sobre ella.
Tenía siete meses y apenas pesaba cuatro kilos cuando la Generalitat se hizo cargo de su tutela. La habían encontrado desatendida y desnutrida después de una llamada de los vecinos a la policía por una pelea conyugal. Sus necesidades básicas no habían sido cubiertas y se actuó de una manera inmediata. Y en solo cinco meses, el cambio ha sido espectacular: protesta cuando su madre (de acogida) desaparece de su vista, tiene muchas ganas de jugar y se ríe continuamente. No anda, va retrasada en los hitos que cualquier bebé va conquistando en sus primeros meses por la falta de estímulo, pero sus avances son espectaculares. «Estoy feliz al ver que la puedo ayudar, que le estoy dando lo que necesita», dice Lucía Calvo, de profesión enfermera pediátrica. María es su primera experiencia como mamá de acogida, una decisión que le venía rondando desde hace años.
Esa felicidad, el ver que le está aportando un bienestar emocional a una menor, que ha creado un vínculo que permitirá a esa niña entender qué es el amor de verdad, es la cara A de una moneda que tiene muchas cruces, empezando porque no se cumple la ley: 66 niños entre 0 y 6 años viven en centros residenciales en la Comunitat Valenciana, 26 de 0 a 3 años y 40 de 4 a 6, con el consiguiente daño emocional que esa situación va a provocar en ellos. Los datos son del Observatorio de la Infancia, dependiente del Ministerio de Derechos Sociales, y corresponden al 31 de diciembre de 2020, la última fecha de la que se disponen cifras, porque la Conselleria de Igualdad y Políticas Inclusivas no ha facilitado a LAS PROVINCIAS los datos desglosados del acogimiento residencial por edades. Solamente han aportado la cifra global: en la actualidad hay 4.034 niños y adolescentes que por las circunstancias que sean no están con sus familias biológicas. De ellos, 2.417 están en acogimiento familiar, la mayoría con familia extensa (unos abuelos, unos tíos) y el resto, 1.617, viven en centros de menores, algunos públicos, otros concertados.
Las familias de acogida reciben una prestación de unos 500 euros al mes, un centro de menores supera los 4.000 euros por niño
¿Pero por qué hay tantos niños de entre cero y seis años en residencias? «La ley está clara pero no se cumple, a pesar de que sabemos todos, y lo vemos a diario, la profunda huella que deja en ellos esa situación», explica la portavoz de una entidad que trabaja con menores tutelados. «Esos niños interiorizan que ellos tienen la culpa, que no son merecedores de cariño. Por muy bien que lo hagan, las personas que trabajan en alguno de los ochenta centros que hay en la Comunitat Valenciana tienen un horario y cuando lo cumplen se van cada uno a su casa con su familia. Los niños se quedan». Y no, aclaran que no se trata de que todos tengan necesidades especiales y que sea mucho más complicado encontrarles familia, como dice la Conselleria.
Otra cuestión es económica. Según los datos a los que ha tenido acceso LAS PROVINCIAS, cada familia de acogida recibe una prestación de entre 15 y 16 euros al día. Si es un niño con necesidades especiales, 18 euros. Es decir, entre 450 y 540 euros al mes, que este año todavía no han visto. «Hemos llegado a estar nueve y diez meses sin prestación», dice una mamá de acogida, que prefiere mantener el anonimato para evitar problemas y agravios con la Administración. En el caso de un centro de menores, según los últimos datos publicados por la Conselleria de Igualdad correspondientes a 2018, el precio por plaza está entre 140 (4.200 euros al mes) y 200 euros por día. Es decir, hay niños en residencias que le cuestan a la Administración hasta 6.000 euros.
Mientras, otras autonomías, como Cantabria, han conseguido no tener menores de seis años en residencias. «Nos dicen que no hay suficientes familias de acogida, pero la realidad es que no hay ningún tipo de difusión ni de interés en que se dé a conocer este recurso», dice la mamá de una de las asociaciones que agrupan a las familias que acogen niños. «Todos los menores tienen derecho a crecer en una familia», dice otra. «España está a la cola de Europa, y la Comunitat Valenciana es la cuarta autonomía con más menores en centros tutelados», dice Majo Gimeno, presidenta de la oenegé Mamás en Acción, que creó una campaña con el título de Ni un niño sin familia, y que ha permitido visibilizar el recurso del acogimiento familiar; muchas personas se han mostrado interesadas, pero la Conselleria dijo que no tenía recursos para formarlas.
Igualdad comunica a las familias de acogida que no cobrarán hasta marzo
La Conselleria de Igualdad ha remitido un correo electrónico a las asociaciones de familias de acogida donde admite los retrasos en los pagos de las prestaciones que reciben de enero y febrero y que cobrarán en marzo. «El motivo del retraso es de carácter técnico», se justifica la Administración, y aluden a que están preparando «una herramienta informática que dé cobertura adecuada a la gestión de las prestaciones». La portavoz de una de las entidades denuncia que es similar mensaje al que les llega todos los años, una cuestión técnica, y que siempre hay retrasos en los primeros meses de cada ejercicio. «Siempre dicen que lo van a solucionar, pero nunca llega».
El problema afecta no sólo a las familias de acogida ajenas, también a las familias extensas, «normalmente mucho más necesitadas en cuestiones económicas», explican desde las asociaciones de familias de acogida. En total, 2.417 menores están en acogimiento familiar.
Tras el cambio de Gobierno en 2015, según la denuncia de las entidades, estuvieron nueve meses sin recibir la prestación. «En aquel momento se nos explicó que se iba a modificar el concepto para que no llegara vía presupuesto, y eso permitiría que no hubiera retrasos, pero la realidad no ha sido así».
¿Cómo puede ser? ¿Por qué no se destina más personal? Con el presupuesto que llega a los centros de menores habría más que suficiente para sacar a los niños de ahí, según una fuente que desarrolla su labor en el sector de la infancia, que cuenta casos de menores con ocho o diez años que ya no quieren ir a familias porque piensan que no se lo merecen. «Se institucionalizan y en el futuro se convierten en adultos dañados», dicen. «Cuando hemos acompañado a algún adolescente en el hospital nos pregunta quién nos paga por estar con él. No les cabe en la cabeza que haya alguien que les dé cariño de una forma desinteresada», explica Majo Gimeno. Hay muchas realidades que los centros no pueden ofrecer, empezando por el vínculo y el apego que crean cuando viven en una familia. Pero hay muchos más. Tener padres, hermanos, abuelos, irse de vacaciones o simplemente un sábado a la playa o a la montaña. «Recuerdo que una de las menores que hemos tenido en acogida se pasaba el día abriendo la nevera. Solo quería ver lo que había dentro, y le encantaba acompañarme a comprar a Mercadona». En un centro esas actividades cotidianas que cualquier niño hace con su familia no son posibles. Aunque sea abrir la nevera.
Durante este reportaje hemos conocido a varias familias que llevan años acogiendo, y que se quejan de un adultocentrismo que no pone en el centro el interés superior del niño, y donde no se presta la atención individualizada que merece cada uno, con sus características y sus necesidades. Donde la Administración actúa de una forma demasiado lenta, y los niños van creciendo. Por ejemplo, en el centro de recepción de Palmeres, donde pueden estar un máximo de 45 días, la realidad es que llegan a ser de hasta seis meses. «Para un niño pequeño es demasiado tiempo. Llevan la mochila demasiado llena».
Todas las familias acogedoras hablan de que, a pesar de las dificultades, de las trabas con las que se encuentran, vale la pena. «Por los niños, porque sabemos que les estamos haciendo un bien, pero también por egoísmo, porque ellos nos aportan muchísimo más a nosotros». Quizás la palabra no sea egoísmo, y el ejemplo está en Lucía Calvo, la mamá de acogida con la que comenzaba este reportaje. Perdió a su marido cuando su hija en común tenía catorce meses de edad, y si algo le enseñó la vida es que «no podemos aferrarnos a las personas, sino disfrutar de ellas mientras estén cerca». Por eso, cuando a Lucía le preguntan cómo lo hará cuando tenga que despedirse de María, lo tiene claro. «En el caso de que me la pudiera quedar solamente podría haber ayudado a una niña, mientras que si ella sigue su camino, bien porque su madre está en condiciones de volver a ejercer como tal, o bien porque encuentra otra familia de acogida de forma permanente, yo podré ayudar a más niños».