Tres vueltas de campana
OPINIÓN | SOMOS FUTURO ·
«La anomalía en la que creemos vivir, lejos de ser un sentimiento propio y exclusivo está extendido por todo el país»VICENTE FERRER | SUBDIRECTOR DE EL ESPAÑOL
Lunes, 25 de abril 2022, 00:27
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OPINIÓN | SOMOS FUTURO ·
«La anomalía en la que creemos vivir, lejos de ser un sentimiento propio y exclusivo está extendido por todo el país»VICENTE FERRER | SUBDIRECTOR DE EL ESPAÑOL
Lunes, 25 de abril 2022, 00:27
La tribuna de Opinión de LAS PROVINCIAS se abre los lunes a firmas ilustres de otros medios de comunicación, que aportan su particular visión sobre el futuro de la Comunitat Valenciana. Este periódico refuerza así su apuesta por la pluralidad sin perder nunca de vista sus señas de identidad.
Tengo una estrecha relación con la A-3. En los últimos treinta años la habré recorrido al volante no menos de una vez todos los meses. Ida y vuelta. Primero saliendo desde Valencia. Ahora, desde Madrid.
A principios de los 90, cuando la autovía aún no estaba acabada, me dejé un Ford Escort en una curva. Era noche oscura, comenzaba a llover, entré en un cambio de rasante y... Calculo -soy incapaz de precisarlo- que el coche dio tres vueltas de campana.
Cuando LAS PROVINCIAS me dio la oportunidad de escribir sobre los retos de la Comunidad Valenciana me acordé de la A-3 y de dos testimonios que fueron reveladores para mí. Uno, el del mecánico del pueblo de Cuenca que se llevó el coche al taller. El otro, el de un alto cargo del, entonces, Ministerio de Obras Públicas.
El mecánico me hizo comprender que Valencia es inteligible. «Aquí admiramos a los valencianos. Sabéis defender lo vuestro», me dijo. «Seguro que tienes un Ford porque los hacéis allí, como tantos y tantos paisanos tuyos». Para uno que ha mamado la idea del 'meninfotisme', que ha vivido con la convicción de que en otros lugares están mucho más comprometidos con sus intereses, aquello fue una bofetada de realismo.
He de decir que el piropo del mecánico lo he recibido después en otros puntos de España. La experiencia me ha demostrado que la anomalía en la que creemos vivir alicantinos, castellonenses y valencianos, lejos de ser un sentimiento propio y exclusivo está extendido por todo el país. Es decir, que en todas partes cuecen habas y que, lejos de ser distintos al resto, nuestra autopercibida excepcionalidad es precisamente un reflejo más de la idiosincrasia española.
Si les dijera que hemos asumido que somos una sociedad «incoherente, conflictiva, desgarrada por tensiones insuperables y frustrada», muchos podrían atribuir las comillas a Fuster. Pero son de Julián Marías, y no referidas a los valencianos, sino a cómo los españoles sienten, en general, España.
El segundo testimonio al que aludía es el de un alto funcionario del Estado. Hoy los jóvenes no lo saben, pero unir Madrid y Valencia por autovía fue un tortuoso camino, plagado de trabas, encendidos debates y muchísimo retraso.
La obra ni siquiera estaba contemplada en el primer plan de carreteras diseñado por los gobiernos del PSOE de principios de los 80. Qué extraño ese nulo interés por unir Madrid con el puerto y la costa más cercanos, ¿no? Y, por la cuenta que nos trae, qué calamidad la renuncia a acercar la capital del Estado a la tercera ciudad del país, que en una España radial equivalía a abrirle las puertas de la mitad de la Península.
Al mostrarle mi perplejidad, el susodicho funcionario me dio una pista. «Fíjese bien», me dijo, «no importa de dónde fuera el ministro, pero en todos los equipos del Ministerio de Fomento ha habido catalanes en puestos clave. El lobby catalán es muy fuerte».
La obra (350 kilómetros) acabó inaugurándose en 1998, casi una década después de que se abriera la autovía Madrid-Barcelona (625 kilómetros). Con el AVE pasó algo parecido.
Tras mi experiencia con la A-3 creo que estoy en condiciones de asegurar que los valencianos no estamos tan mal como a veces creemos, pero tenemos trabajo por delante para seguir progresando. Y la dificultosa construcción de aquella autovía, de la que el año que viene se cumplirá un cuarto de siglo, nos deja alguna lección.
En un Estado descentralizado como el autonómico, el éxito y el fracaso dependen en buena medida de nosotros mismos. Pero para desarrollar nuestras potencialidades seguimos necesitando impulso y capacidad de influencia en los Presupuestos del Estado y en la financiación. En este punto habrá que diseñar nuevas estrategias porque las ensayadas hasta ahora no han dado resultado. Si encima logramos incorporar a algún paisano en el equipo del Ministerio de Transportes, mejor que mejor.
La inauguración de la autovía Madrid-Valencia fue un acontecimiento, un subidón de autoestima que sirvió para alimentar nuevos sueños compartidos. Marcarse metas y trabajar de manera coordinada para lograrlas puede ayudar en ese propósito. Da igual que el reto sea el tren que una Alicante con El Altet, la mejora de conectividad del Puerto de Castellón o recuperar el Valencia Club de Fútbol para la sociedad valenciana.
No añoro mi Ford Escort. (Juro que lo primero que pensé cuando salí del coche en mitad del descampado fue: «Después de todo, nunca me convenció el color». Azul Cayman, decía el fabricante. En realidad, un verde imposible). Pero sí echo de menos la unidad y la ambición de entonces. El clamor social fue definitivo para solventar la autovía. En cuanto a lo de la ambición... daría para otro artículo. Baste apuntar que hemos dado tres vueltas de campana y aún no hemos salido del coche. Es de noche y llueve.
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