
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En Wallapop se vende y compra cualquier cosa usada. Desde el típico cacharro que anda dando tumbos durante décadas por la casa hasta un perfume que nos regalaron y cuyo aroma nos resulta repelente. Pero unos eurillos nunca vienen mal y antes de acabar en el contenedor por ausencia de demanda casi todo pasa por esta web. Incluso una propiedad, la Colonia de Santa Eulalia, por la que se piden 90 millones de euros y, según reza el anuncio, consta de los siguientes elementos: «casino, almazara, 40 casas, palacio, fábrica de harinas, ermita, edificio de correos, toda la colonia y 2.750.000 metros cuadrados aproximadamente. Un trozo de la historia de España. Ayudas europeas para restauración de edificios. La colonia tiene agua potable y luz, gran valor histórico. Tiene BIC». No es precisamente el tipo de producto que uno espera hallar cuando, pongamos por ejemplo, entra a ver si encuentra una tele barata de segunda mano para el apartamento. Al reclamo solo le falta añadir que en ese espacio se rodó la serie L'Alqueria Blanca y que muchos de esos edificios amenazan ruina o, siendo generosos, se encuentran en estado de prolongado abandono. La colonia, una pedanía situada entre Villena y Sax, se comenzó a construir a finales del siglo XIX siguiendo los postulados del socialismo utópico, anterior el marxismo. En principio, se trataba de crear comunidades en las que mantener una convivencia perfecta con un equilibro entre los valores humanos y los mercantiles. Una vieja y nunca lograda aspiración de los humanos que, en aquella época, dio lugar a un espacio de autosuficiencia para obreros. Unas gotas de filantropía, otras de paternalismo y una ley que lo permitió movieron al propietario de las tierras, Antonio de Padua y Saavedra, conde de la Alcudia, a poner en marcha el proyecto imitando las colonias textiles de Cataluña. Durante medio siglo cerca de cuarenta familias vivieron y trabajaron con dedicación aquellos campos en unas condiciones que no estaban nada mal para la época aunque la cosa no concluyera con éxito. Al menos eso es lo que opina la arquitecta Neus Beneyto que, en un detallado estudio sobre la Colonia de Santa Eulalia, se refiere al conde como un aristócrata aburguesado con pretensiones paternalistas que lleva a cabo el proyecto filantrópico «bajo el paraguas y los preceptos de la caridad católica (que no justicia social), o como proyecto de realización personal y enriquecimiento, tanto a nivel productivo como de estatus social». Aunque reconoce que se recuperaron los cultivos y que las casas y las fábricas contaron con los adelantos y las tecnologías más avanzadas de la época explica que era una sociedad aislada, jerarquizada y con una vigilancia excesiva, «la imposición de una moral implícita y totalitaria (...) lejos de definir un estado ideal constituye las bases de una distopía». Pero de todo esto hace mucho tiempo, llegaron la guerra y el declive. El lugar mantiene ahora ese halo, envuelto en decadencia y cascotes.
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El vendedor que aparece en Wallapop, bajo el seudónimo de Raúl G. es uno de los múltiples herederos de la propiedad, aunque no quiere hablar por teléfono y tampoco desea aparecer con su nombre auténtico. Todo son facilidades. Así que el chat de la web de compraventa resulta ser la única vía de comunicación. A través de ella explica que su esposa desarrolló una patente de un aerogenerador para dar energía verde a las vecinas localidad de Villena y Sax pero que hay «intereses ocultos» que han paralizado el proyecto y que «tratan de robarnos la Colonia». Una mano negra cuya sombra crece a cuento del presunto interés de Repsol por instalar en los terrenos una gran central fotovoltaica. El subdirector de comunicación de la empresa, Marcos Fraga, sabe que cuando se produce algún movimiento de este tipo se remueven las aguas de la codicia pero explica que su empresa «siempre está viendo opciones en el ámbito de las energías renovables y estudiando proyectos y ubicaciones» sin que de ello se derive una decisión firme.
No parece fácil que ocurra. Desde luego no a través de Wallapop. Raúl reconoce que la decisión de vender la Colonia de Santa Eulalia no se ha tomado de acuerdo con todos sus hermanos, aunque afirma que todos estarían encantados de que se llevara a cabo. Sin embargo, algunos vecinos creen que eso no es cierto, cuentan que uno de ellos va por libre y ya intentó sin éxito construir unos chalés. En esta historia de ambiciones todos actúan movidos por al deseo de obtener un beneficio económico mientras el paso del tiempo deja su huella en el valioso patrimonio arquitectónico de la colonia.
Es domingo por la mañana. El Teatro Cervantes, junto a las ruinas del palacio y de la antigua fábrica de alcohol se han convertido en un reclamo para domingueros que acuden a curiosear. Parte de este atención tiene que ver con la imprevista actividad de un hombre, José Prival (también es un alias), que hace poco menos de un año llegó al lugar, se enamoró del teatro, y decidió entregar sus energías a la salvación del edificio. Se presenta como activista y dedica todo su tiempo a esta causa. Vive en el lugar con sus dos perros y explica a los visitantes todo lo que habría que hacer para recuperar el inmueble. Ha cubierto con plásticos los rincones más expuestos a la meteorología e invita a cuantos pasan por allí a posar en una foto para la página de Facebook que gestiona. La distopía se mantiene con el paso de los años. Familias con niños pequeños, parejas, curiosos en general, saltan después por una ventana del palacio junto a un gran cartel en el que se advierte del riesgo que supone el estado ruinoso de los edificios. Está prohibido el paso. El aviso parece actuar como un atractivo más y los visitantes pasan al interior entre risas, ajenos a los techos curvados por la humedad, las tejas sueltas, los cristales a punto de caer y los pilares sujetos por hormigón transformado en polvo. Allí se hacen sesiones de fotos de comuniones y bodas. Y José, que se quiere centrar solo en la salvación del teatro (cuya estructura arquitectónica es segura), contempla impotente la situación que se da en el resto de edificios: «yo acabo de llegar aquí y no soy nadie para decirle a la gente lo que puede hacer o no, ni para prohibirles el paso». Los turistas plasman su firma en la libreta y muestran sus deseos o sus sueños respecto a los edificios. Imaginan cómo hubo de ser la vida en aquel palacio, fantasean sobre la suya si pudieran arreglar las estancias y devolverles el lujo que un día tuvieron. Y se dejan atrapar, ajenos a la ruina, en el sueño de aquella caprichosa y fallida utopía de ricos.
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