![Almorzar en Valencia | El bar de almuerzos que no quiere más clientes](https://s2.ppllstatics.com/lasprovincias/www/multimedia/202204/07/media/cortadas/WhatsApp%20Image%202022-04-07%20at%207.36.07%20PM-RkZXHuNVgjIDDU4Z1cXYZhI-1248x770@Las%20Provincias.jpg)
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Ahora que tantos hosteleros se suben al carro del almuerzo, que llenan vitrinas de tortillas perfectas y longanizas dispuestas en corro, que inventan el bocadillo del jueves, o de la semana, para lograr una chincheta en el mapa de los templos del bocata mañanero, ... hay lugares ajenos a las modas. A las fotos con filtros del último revuelto de huevos camperos con allioli de hierbas campestres con sillas de enea y una estética en tonos pastel, hay quien no se entera de todos estos movimientos de la capital. O, si se entera, debe de pensar que están todos locos.
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Entrar en Les Tendes, un bar del que nadie recuerda su origen, más que nada porque todavía no habían nacido, es como bajarse del Delorean en un regreso al pasado sin una década definida. Da igual, ahí sigue el suelo hidráulico, la barra de mármol, la ventanilla para sacar los bocatas y el toro disecado. ¿Qué importa la estética? Deben de pensar en este bar de carretera, en un cruce de caminos en medio de la maravillosa huerta de Alboraya y Almàssera, a dos pasos de la playa y a tiro de piedra del cliente de siempre del almuerzo, el 'llauro' que te mirará raro en la cola a la puerta del local porque eres casi un intruso en su bar, porque es suyo, porque lleva pisando esas baldosas todos los días, a la misma hora, de los últimos cuarenta años. E incluso puede que oses intentar sentarte en su mesa de siempre. Un sacrilegio, oye.
Media hora de cola después uno consigue sentarse entre corfas de cacaus que, oye, le da sabor al local. Vamos buscando la autenticidad, también en el hecho de que el camarero no será el más amable del mundo, que posiblemente se deje la mitad de la carta por el camino porque la dice de memoria y se queda a medias, y que dejará caer los platos mientras le reclaman de otra mesa. Aquí no hay que buscar bocatas con ingredientes a descubrir ni productos estrella; es lo de siempre: 'brascada' (ternera, jamón serrano, ajo, cebolla), 'almussafes' (sobrasada, queso, cebolla), 'chivito' (lomo, lechuga, bacon, queso, tomate) o los típicos de sepia, calamares o tortilla. Novedades, las justas. O ninguna.
Y cuando preguntamos por el propietario del local, alguien que nos cuente la historia del lugar, que se alegre de contarle al mundo dónde están y qué hacen, repliegan. «No queremos más clientes, estamos bien como estamos», dicen. ¿Quién dijo que había que vender siempre más, y más, y más? Recuerda el encargado que hubo un momento en que les premiaron con el Cacau d'Or como uno de los mejores templos del almuerzo y aquello fue «un infierno. Nosotros ya tenemos suficiente clientela», asegura.
Se queja además de las dificultades para encontrar personal que trabaje bien. Debe de pensar que, total, para qué. Que aquello fue un pico de clientela efímera cuya afluencia bajó igual de rápido que subió, que no son de los que vienen cada día a las diez y doce y a las dos semanas ya no haga falta ese trabajador de refuerzo. Los de marketing dirían que ahora no se trata de vender más, sino mejor. Traducido al lenguaje de la calle, ¿qué necesidad hay de complicarse la vida? En definitiva, no es fácil hacer clientes tan fieles en este mundo tan líquido, mejor no ponerlos en peligro.
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